(Agraria.pe) Gabriel García Márquez intentó recuperar la memoria de cómo pudieron ser los últimos días de Simón Bolívar en el libro “El general en su laberinto”. Bolívar aparece como un hombre enfermo, negado por las repúblicas que había ayudado a independizar, pobre y con la nostalgia evocadora de pasados años de gloria.
De esta forma nuestro algodón, uno de los cultivos gloriosos que tuvo nuestro país pareciera que va camino a su desaparición o a la mínima extensión. De las 300 mil hectáreas que solíamos sembrar hace 50 años, en la próxima campaña estimo que no llegaremos al 10%.
Ayer conversaba con Mario Tavera (uno de nuestros grandes profesionales del agro) y él me preguntaba, por qué siendo cañetano me oponía a las medidas de “protección” dadas y levantadas recientemente en contra de la importación de hilado hindú.
El algodón -y disculpen si escribo en términos muy personales- resulta para mí el cultivo que conozco más de cerca y al que más cariño le tengo, pero ver las pobres rentabilidades y los ciclos de precios cambiantes que han llevado al cultivo a un estado de precariedad; me resulta preferible pensar en una reconversión del cultivo que presenciar cada año bloqueos de carreteras.
En los 80s fui testigo presencial del deterioro de este cultivo, tanto en rendimientos como en precios reales (inflación ajustada). Siendo niño, aficionado a las matemáticas, era el responsable de llevar y sacar las cuentas en la chacra; cuaderno cuadriculado en mano llevaba los registros de cosecha y costos. Resultaba crítico que para un producto de bajo valor, el costo de cosecha representase el 25% del valor de venta.
Sobre el tema del hilado hindú, se dio sin sustento técnico apropiado y es que resulta difícil con una medida de índole fitosanitario se pueda limitar la importación de hilos. Probablemente lo más conveniente hubiese sido buscar opciones en el ámbito de DIGESA, es decir el uso de algunos insumos “cuestionados” utilizados en el proceso que pudieran potencialmente afectar la salud. Esto es algo que sucede frecuentemente en los juguetes.
De otro lado si hubiera evidencia de daño a la industria nacional por prácticas de subsidios o promoción excesiva de parte de otros países, el camino correcto a seguir es implementar la salvaguarda y aquí sí corresponde el apoyo generalizado de todo el sector para que la medida salga adelante. Es lo que todo país civilizado debería hacer.
Sin embargo lo más criticable es que hasta ahora no se tenga claro el potencial competitivo del algodón en el Perú y lo que debemos hacer para ganar competitividad frente a las fibras americanas o hindúes. Si esto pasa por capacidades, semillas, tecnología, mecanización, plataformas de comercialización, subasta de cosechas etc; y existiese la posibilidad de implementar un programa donde habría que invertir USD 3 o 5 mil por cada hectárea de un productor algodonero por única vez para hacerlo competitivo en adelante, pues hagámoslo.
Es preferible concentrar el presupuesto del MINAG en medidas contundentes a tenerlo disperso y sin ningún impacto real en mejorar la competividad del sector.
Si el MINAG nos dijera: “vamos a implementar un programa de competividad que consiste en… y los resultados se obtendrán en cinco años, mientras tanto vamos a buscar todos los caminos posibles dentro de las reglas de la OMC para evitar el daño a la industria” pues bienvenido sea el proteccionismo temporal.
Lo anterior que busca mejorar la competividad del algodón pasa porque ciertamente exista la posibilidad de hacerlo, si no es posible este camino (lo cual dudo) pues entonces implementemos un programa contundente de reconversión y promoción de nuevos cultivos.
Hay que tener en cuenta que si solo nos protegemos de las importaciones y no mejoramos la competitividad de los pequeños agricultores en un cultivo temporal como es el algodón, los únicos beneficiados serán los grandes agricultores o empresas que con más tecnología y capital son más eficientes y por lo tanto desplazarán a la pequeña agricultura (que era la que de alguna manera justificaba la medida).
Lima, 12 de noviembre del 2011
Angel Manero Campos
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