24 de septiembre de 2015

TU ENVIDIA SECRETA

Serie: Relatos cortos (9/10)
Por Angel Manero

TU ENVIDIA SECRETA

Victoria Santa Cruz, hermana de Nicomedes, en su homenaje a la Marinera Limeña decía “la danza es orgánica, sentida, brota del alma del ser… es eso que no se remeda, que no se cuenta 1,2,3”. No podrías estar en desacuerdo con Victoria, pero tu caso debe ser algo excepcional, eres aficionado a escuchar todo tipo de música, recuerdas incontables composiciones, reconoces la melodía apenas empieza una canción; pero el bailar, es un verbo muy ajeno a ti.

Tal vez, se te pasó escuchar una fábula o existe una hoja perdida de la biblia que diga que Dios creó al hombre y dispuso que a cada persona se le asigne un don, una sola habilidad, y los demás dones los debía adquirir con mucho esfuerzo. El don del baile no te fue entregado y para confirmarlo te bastará recordar aquella fiesta tradicional del “Santiago” en Junín cuando el maestro de ceremonia mencionó que bailabas rock de los 80s, o aquella vez donde te dijeron que bailas como un árbol.

Para ti, que presumes de ser cañetano donde vas, es una carga haber nacido en la capital nacional del arte negro, cuando se trata de bailar un festejo. Desconoces los motivos de tu incompetencia en esta materia, quizás te faltó practicar de joven.

Cómo olvidar tu primera fiesta oficial, el año nuevo de 1993, saliste a bailar y de pronto todos en la pista de baile se movían de un lado para otro, casi en simultáneo hacían coreografías. Te pareció que había una cámara oculta filmado una broma, acaso tus amigos te habían preparado una "emboscada". Lo bueno de ti fue que sin importar la coreografía grupal, seguiste bailando a tu modo. Después te enteraste que aquella canción era el famoso “meneíto”.

Ismael Rivera, tenía una divertida canción “Yo no soy médico, ni abogado, ni tampoco ingeniero, pero tengo un swing, que muchos quisieran tener… yo casi no sé escribir, yo casi no sé ni leer, pero tengo un swing” y no es que los profesionales no sepan bailar, pero sospechas que de todos ellos, los ingenieros son los menos cadenciosos en cuanto a ritmos populares.

Al parecer, a absolutamente todas las mujeres les gusta bailar y no hay forma de escaparse de la pista de baile, como tampoco la había en la infancia, cuando las tías te obligaban a bailar con las niñas en las matinés.

De los siete pecados capitales (lujuria, ira, orgullo, codicia, pereza, gula y envidia) quizás del último no te escapas, porque debes reconocer que secretamente, y a tu modo, envidias a esos “malditos” bailarines de cada fiesta.

23 de septiembre de 2015


CONCURSO ESCOLAR “RELATOS DE MI TIERRA”
BASES:
1. Participan los estudiantes de colegios secundarios públicos y privados de toda la provincia de Cañete.
2. Cada estudiante concursante debe tener un profesor asesor para que le brinde soporte en la redacción de su relato.
3. El relato tendrá 1,000 palabras como máximo, será presentado en formato “word“ y debe ser parte de la experiencia de vida del estudiante (es indispensable que el relato considere una historia real).
4. El relato debe resaltar un aspecto positivo de la provincia de Cañete; por ejemplo de su historia, atractivos turísticos, atractivos culinarios, expresiones artísticas, logros deportivos o cualquier otro aspecto que nos haga sentir orgullosos de nuestra tierra.
5. La fecha máxima de entrega de los relatos será la medianoche del 28 de noviembre del 2015 y debe enviarse vía e-mail a: relatos@angelmanero.com (El documento debe incluir los siguientes datos del estudiante y asesor: nombres completos, edad, número de DNI, colegio y teléfono de contacto).
6. Los resultados se publicarán en www.facebook.com/angelmanero el 4 de diciembre y la ceremonia de premiación se realizará el 11 de diciembre del 2015.
7. Los relatos serán evaluados por el Ing. Angel Manero
8. Los premios serán repartidos, en partes iguales, entre el estudiante y el profesor asesor. Ellos son:
Primer Lugar: 3,000 soles
Segundo Lugar: 2,000 soles
Tercer Lugar: 1,000 soles
9. Los relatos ganadores serán publicados en versión digital e impresa para conocimiento de la población.
CATEGORIA ESPECIAL
Se añade una categoría especial donde pueden participar individualmente cualquier ciudadano de la provincia (DNI con dirección o nacimiento en Cañete). El premio para esta categoría será de S/ 1,500 y solo será premiado el primer lugar. Esta categoría no requiere de un asesor.
(*) Consultas e informes: relatos@angelmanero.com

15 de septiembre de 2015

EL PRESIDENTE TIENE UN JARDÍN CON UNA FUENTE

Serie: Relatos cortos (8/10)
Por Angel Manero

EL PRESIDENTE TIENE UN JARDÍN CON UNA FUENTE

En la primaria, se solía leer los versos de José Martí, en particular aquel famoso “Cultivo una rosa blanca, en junio como en enero, para el amigo sincero que me da su mano franca”. En otro poema también se refiere a la amistad "Tiene el leopardo un abrigo, en su monte seco y pardo, yo tengo más que el leopardo, porque tengo un buen amigo" y en otro párrafo “Tiene el señor presidente, un jardín con una fuente, y un tesoro en oro y trigo. Tengo más, tengo un amigo”.

Cuando piensas en la labor de un Presidente, imaginas la soledad del poder. Todos vienen a pedir algo, ya sea una instrucción o por lo general un pliego de reclamos. Siendo Presidente, en un país presidencialista como el nuestro, no se tiene a nadie por encima. El Presidente carga el peso de las decisiones sobre sus hombros.

La primera vez que te reuniste con un Presidente o casi Presidente, fue con Alan García, quien acababa de ganar las elecciones del año 2,006. Habías recibido una invitación para aportar sugerencias sobre cómo implementar Sierra Exportadora, institución que fue una promesa de campaña electoral. Tenías una propuesta de fondo de financiamiento concursable, la cual tenía un componente reembolsable y otro no reembolsable, una especie de fondo MIVIVIENDA para inversiones agropecuarias. Te sorprendió la completa atención que ponía el Presidente a la presentación y tomaba notas de todo; acabada la misma, dio una instrucción para que pasen los periodistas que esperaban afuera. En frente de unos 30 periodistas, el Presidente agradeció la visita y en 30 segundos resumió perfectamente todo lo expuesto. Después te dejó para que declares a los medios.

Meses después recibiste una llamada del Ministro de Agricultura, Chiquitín Salazar, invitándote a una reunión para conversar sobre la nueva política del Banco Agropecuario. Te tomó unos minutos entender lo que pasaba; y es que al siguiente día salía tu nombramiento como Director del Banco Agropecuario. Fue una noticia inesperada.

Después en el 2,007, tuviste tres reuniones más con el Presidente García, siempre para proponer asuntos de desarrollo del sector agro. Era destacable las instrucciones que él mismo daba al final de cada reunión; en particular una en que hizo regresar a la oficina a un alto funcionario público, para que te reciba a las 9.30 pm.

En el año 2,009, tuviste un punto de quiebre en tu cercanía con palacio de gobierno; cuando el gobierno aprista optó por abrir camino al cultivo de plantas transgénicas en el Perú. Estabas en desacuerdo y debiste alejarte.

Hoy en día se hacen cuestionamientos a la gestión del Presidente García; son temas que se deben investigar y llegar a la verdad de las responsabilidades;  sin embargo el Alan García que conociste fue álguien que se esforzaba por hacer las cosas bien, a pesar de algunos pésimos ministros que tuvo.

Con el Presidente Humala, tuviste una relación más personal que profesional, dado que tus hijos estudian en el mismo colegio que sus hijos. Casi nunca compartías la visión de desarrollo país de Ollanta Humala (antes del 2011) sin embargo lo reconoces como una persona bien intencionada, que tenía la convicción de mejorar radicalmente al Perú.  

¿Quién será el próximo Presidente? Es imposible saberlo, pero tienes la impresión que será álguien que en este momento es desconocido por la mayor parte de los peruanos; lo cual tiene su lado positivo porque lo nuevo trae esperanza y también su lado negativo porque no tendría experiencia de gobierno. 

12 de septiembre de 2015

El mejor consejo que jamás oí

Serie: Relatos cortos (7/10)
Por Angel Manero

El mejor consejo que jamás oí

Tu tía solía regalarte unas viejas revistas “selecciones del Readers Digest” gracias a ellas, desde la paz de la campiña cañetana, recibías el mundo a través de la lectura.  En aquella revista había una sección “El mejor consejo que jamás oí ” donde se relataban historias de personas que habían recibido, sin buscarlo o esperarlo, lecciones trascendentales para su vida.

En 1,998 te encontrabas estudiando, gracias a una beca, una especialidad vinculada a los Agronegocios en la Universidad San Ignacio de Loyola. Estudios que complementaban tu formación previa en la Universidad Nacional de Ingeniería. Te era imposible estar lejos del agro, por más que te hayan dicho que no se ganaba plata en la agricultura; leer una noticia sobre el campo, ver un frutero en la calle o cualquier alimento fresco te hacia evocar tus tiempos de “La Huerta” familiar y te llamaba la vocación agraria como te llamaría el afecto impostergable de la mujer amada.

Para mantener tu beca en la universidad, debías de mantener el primer puesto en toda la facultad y eso era perfectamente posible. Llegó el momento de hacer prácticas pre-profesionales y la universidad te envió a La Libertad, al proyecto CHAVIMOCHIC, a una plantación de espárragos. Viajaste con tus pergaminos de estudiante destacado y cuando llegaste al centro de producción, encontraste que estaba en medio del arenal, no había árbol alguno que dé sombra y en el borde del predio había unas montañas de guano que estaban en tratamiento con millones de moscas morando alrededor. Llegaste a la hora del almuerzo y la proveedora repartía sus tapers de plástico con comida fermenta por el sol; apenas se abría un taper las moscas llegaban por miles.

La impresión que tuviste al llegar fue bastante mala. Estabas enfadado con la universidad ¿cómo era posible que a sus mejores cuadros les den estas plazas de prácticas? ¿cómo se puede trabajar en este ambiente que era lo opuesto a tu hermosa y agradable campiña cañetana?  Decidiste retirarte de allí y regresar a Lima; y mientras esperabas que un camión descargue su mercancía para que te dé un aventón hasta Trujillo; compartiste tu molestia con el chofer del mismo, quien sin decirte está bien o está mal te relató una historia “Mi hijo se fue a trabajar a una empresa minera en Cerro de Pasco como aprendiz de mecánica. Al llegar a la empresa encontró que el taller de maestranza era muy desordenado y medio abandonado, la altura y el frío eran insoportables, además el ambiente de trabajo no era bueno. Mi hijo me llamó y me dijo: Papá me quiero regresar. Entonces le dije que siempre lo iba a respaldar en sus decisiones, pero piénsalo bien antes de irte, dado que en las empresas con problemas aprendes más que en cualquier otro lado”.

No sabes en qué quedó la historia del hijo del chofer del camión. Pero el hecho es que te dejó dudando ¿y si aquí aprendería mucho? ¿y si esto es parte de un camino que hay que recorrer para llegar después a mejores destinos?

Te quedaste, y prácticamente te convertiste en administrador del fundo. A los pocos días de tu llegada, hubo una huelga de personal. Los cerca de 100 cosechadores querían que se les aumente el jornal diario y disminuya el tareo de trabajo. Algo que elevaba en cerca del 30% el costo de cosecha, lo cual era imposible de asumir dado que el espárrago blanco estaba con bajos precios -menos de USD 0.75 por kilogramo promedio en chacra- qué hacer frente a esta crisis de personal. Trataron de negociar y no se pudo, es difícil negociar cuando estás en plena cosecha. Traer gente de otro lado era casi imposible dado que no había personal disponible en la zona. Entonces hicieron lo impensable; trajeron personal desde Chincha donde había acabado la campaña de cosecha, estos cosechadores cobraban un poco más pero tenían un rendimiento mucho mayor; y para dormir les armaron un campamento al pie del fundo. La crisis laboral a fin de cuentas los llevó a bajar los costos de cosecha y les dio un status de celebridad en la zona.

Poco a poco fueron mejorando las condiciones, cambiaron al proveedor de almuerzos, construyeron un comedor anti moscas (funcionó parcialmente pero ayudó bastante) implementaste reportes de cosecha en Excel, lo que permitió llevar un sistema de costeo diario. En resumen, el aprendizaje fue importante, con creces valió la pena quedarse y todo gracias a una persona que sin decírtelo, te dio quizás, el mejor consejo que jamás oíste.

11 de septiembre de 2015

EL EXAMEN DE ADMISIÓN

Serie: Relatos cortos (6/10)
Por Angel Manero

EL EXAMEN DE ADMISIÓN

Una extendida huelga de profesores hizo que acabaran la secundaria en febrero de 1992.  Para ese entonces no pensabas en fiesta o viaje de promoción, lo urgente era prepararse para la universidad cuyo examen de admisión era en pocos días. Esperabas que sea de ayuda el haber obtenido el primer puesto en toda la educación secundaria, lo cual te permitía competir en la categoría de “exonerados” en el examen de admisión a la Universidad Nacional de Ingeniería. Se suponía que los primeros puestos del colegio entraban directo a la universidad, sin embargo con tantos colegios en el país, había que competir para ingresar.

Llegó el día del examen y respondiste muy pocas preguntas, nunca habías tenido una evaluación tan difícil en tu vida. Álgebra, aritmética, geometría, trigonometría, física y química se sumaban al razonamiento verbal y matemático; tres días de exámenes y acabaste sacando tres puntos en una escala del 0 al 20. El primer puesto de la categoría de “exonerados” había sacado cerca de 16 y el último que ingresó a Ingeniería de Sistemas sacó cerca de 14;  allí te diste cuenta que no había ventaja postular como “exonerado”; eran los mismos puntajes que alcanzaban los postulantes de la categoría “ordinarios” para ingresar.

Había que prepararse para el examen del año siguiente. ¿Pero qué significaba prepararse? Para empezar una buena academia, aquella que había logrado la mayor cantidad de ingresantes a la carrera que postulas. Ingresar a la especialidad de Ingeniería de Sistemas tenía en ese momento una probabilidad de 60 a 1, es decir por cada sesenta postulantes uno ingresaba. ¿Y qué hacia ese 1 para ganarle a los otros 59?

La academia era importante, no perder una hora de clase era importante, pero igual de importante era practicar fuera del horario de clases. En la academia estudiaban 8 horas diarias y había que dedicar no menos de 8 horas en casa para complementar. No solo se debía aprender a resolver los problemas, también debías hacerlo con rapidez.

Un año de duro estudio y mucha práctica, de lunes a domingo, sin distracciones. Fue hasta cierto punto un proceso importante en tu vida, pero así como la guerra cambia a un soldado, tener un proceso de estudio demasiado intensivo, también tiene sus consecuencias. Tanta presión y concentración te había llevado a una especie de bloqueo emocional, necesario quizás para dar un examen sin ansiedad o nerviosismo, pero se había hecho a costa de insensibilizarse en cierto grado.

Salieron los resultados del examen de admisión y al verlos, un gesto de descontento, leíste segundo puesto; más que suficiente para ingresar pero te habían ganado el primer lugar. Habías ingresado y no tenías una gota de alegría o alivio en tus venas, habías ingresado y el bloqueo emocional aún seguía. Tardaron varios días para normalizar tu estado de ánimo y disfrutar del logro.

Aún después de muchos años te preguntas si valió la pena. Y no es que la vida no requiera hacer sacrificios, sino que ¿valió la pena que fuera alrededor de los 16 años habiendo tenido que dejar la casa familiar para mudarte a otra ciudad?

Ahora en Cañete hay universidades y eso es bueno, sin embargo hay que llevarlas a ser grandes centros de estudios, para que valga la pena quedarse en la provincia a estudiar y una vez acabados los estudios superiores, estar listos para emprender otros rumbos y también preparados para dejar el hogar.


8 de septiembre de 2015

EL CONCURSO

Serie: Relatos cortos (5/10)
Por Angel Manero

EL CONCURSO

En el año 1,987 ingresaste al Colegio Nacional de Imperial -CNI- el primer año de secundaria tenía siete secciones, cuatro más que tu colegio primario.  El CNI era un espacio que reflejaba la sociedad de aquel entonces; allí estudiaban alumnos que provenían de familias acomodadas como los que no; estudiaban alumnos muy tranquilos y también los muy inadaptados;  todos revueltos y no había mayores problemas.

Un ritual de todos los años era el concurso de matemáticas tanto en la fase provincial como en la regional.  Siempre participabas por tu grado, y en un grado mayor participaba  Omar Y. y en dos grados mayor Pedro B. El Colegio tenía un gran equipo para competir y de hecho obtenían resultados bastante aceptables en la general y algunos primeros lugares.

Dos o tres meses previos a cada concurso había que prepararse con el profesor asignado. Una hora extra diaria para el estudio y ustedes eran unas esponjas, aprendían todo. Un día antes del concurso había que pasar el sombrero por los salones para recolectar dinero para los gastos del traslado y otros (había colaboración de los estudiantes). Lo más probable es que los profesores tutores no recibieran un incentivo monetario para prepararlos a ustedes, había sacrificio por el colegio, lo cual era resaltable pero no suficiente.

Años más tarde, después de haber ingresado a la UNI, te encontraste con algunos estudiantes que habían competido contigo y descubriste que había otro mundo alrededor de las matemáticas. Estudiantes que se preparaban en academias pre-universitarias desde el tercer año o colegios que contrataban equipos especializados de profesores o aportes que hacían los padres de familia para contratar profesores asesores.

No es que sus profesores o sus padres no hayan querido brindarles una preparación mejor; quizás no era un tema relevante o tal vez no había una persona que asuma el liderazgo en este asunto, que ponga las metas altas y que conozca la estrategia para ganar. Te diste cuenta que la frase “lo importante es participar” no es suficiente y mencionarla aislada hace daño. Es importante participar pero también lo es "salir a ganar" y para salir a ganar hay que tener estrategia y esfuerzo. Hay que evitar llenarse los bolsillos de guerras perdidas.

El equipo que tenía el CNI en matemáticas demostró años después, en los exámenes de admisión a las mejores universidades, que estaban entre los primeros del país ¿Qué había cambiado? pues simplemente una buena preparación en el lugar indicado.

Conociste lo competitivo que se ha vuelto la vida, y también que todos están es posibilidad de ganar. Las cosas van mejor cuando encuentras a álguien que los ayuda a definir el camino, álguien que conoce de triunfos. Cuando compites y no ganas, no te consuelas rápidamente, tienes una noche oscura de reflexión, pero allí queda, al siguiente día habrá nuevos retos que enfrentar.

La vida no te dejó de enseñar, y como dice la canción “maestra vida camará, te da y te quita, te quita y te da" En algún tiempo estabas en el mejor momento profesional y personal; y de pronto la salud te complicó unos años y de nuevo a replantearse. Entonces, es importante salir a ganar en lo que venga; pero también se debe mantener un balance personal en lo familiar y en lo espiritual; aunque estos últimos sean los concursos más difíciles de afrontar. 

7 de septiembre de 2015

La Huerta

Serie: Relatos cortos (4/10)
Por Angel Manero

La Huerta

Uno de los grandes beneficios de vivir en el campo es que tienes espacio para todo. Tenías tu casa al pie de la chacra grande -que era del abuelo- y había un pequeño terreno sin aprovechar que fue utilizado anteriormente para criar cerdos, unos chanchos enormes que eran capados a temprana edad para evitar un olor desagradable en su carne. Se vendieron los cerdos y quedó un terreno fertilizado naturalmente.

En la chacra grande se cultivaba algodón y en rotación podía ir el maíz choclo, maíz morado o maíz amarillo, en algunos casos menestras o maní de corto periodo. El algodón marcó una época, cuando llegaba la cosecha todos participaban; tu abuelo los despertaba antes de las 5 a.m. y a esa hora el rocío de la mañana acababa por humedecer toda ropa que llevaban. Salir en grupo a cosechar era una actividad de camaradería; era un lujo ver a grandes cosechadores en acción; personas que podían recoger hasta cuatro quintales de algodón por día, es decir cuatro veces lo que tú recogías.

Deberás reconocer que eras uno de los peores cosechadores. El abuelo te compensaba dándote la tarea de llevar los pesos y obtener – sin usar calculadora –  lo que había que pagarle a cada trabajador.  Lo bueno de la agricultura es que da mucho empleo y en este caso la cosecha de algodón era uno de los principales ingresos del año en el vecindario. Los agricultores no se hacían ricos con las cosechas pero daba lo básico para vivir.

En marketing, un “océano azul” se da cuando no existen competidores y puedes navegar sin chocar. Encontraste tu océano azul en el cultivo de algodón, cuando viste que en Imperial había un local que compraba la pelusa  –restos sucios de algodón que se encontraban en el suelo de la plantación o eran descartados al momento de seleccionar el producto para su venta.  Solo era cuestión de salir a recoger y varios sacos vendidos te generaban un ingreso mayor al que ganaban los adultos por jornada de labor.

Al final de la cosecha, quemar los restos secos de la plantación era una oportunidad para la fogata y la posibilidad de asar choclos, camotes o tostar maní en las cenizas que quedaban. No hay mejor comida que la que se come cuando uno está con hambre, pero una experiencia culinaria se hace perdurable cuando se realiza en el mismo campo de cultivo.

Con parte del agua que salía de la chacra grande, habilitaron la huerta familiar. Encontraron un vendedor de semillas en el mercado de Imperial, en la Av. Ramos cerca a Dos de Mayo. Semillas de apio, poro, culantro, perejil, col, col china, coliflor, nabos, zanahorias, betarragas, lechugas, cebolla roja, cebolla china, pepinillos y calabazas estaban disponibles.  Era una maravilla poner una semilla y en 30 días tener un alimento listo para la cocina.

La huerta fue un éxito productivo. La abundancia llega, pero no necesariamente la abundancia económica. ¿Qué harían con 50 enormes apios o 50 coliflores? una familia consume muy poco por semana. A veces llevabas tus productos y se los ofrecías a los vendedores de verduras. Era interesante ver cómo los mercados son sensibles a la oferta, cuando hay muy poco producto te pagan bien y conforme aumentan los envíos te bajan los precios.   

La huerta, sin quererlo, te resultó un laboratorio para entender “en pequeño” todo lo que pasa “en grande” con la agricultura nacional. La elasticidad de la oferta y demanda, la negociación, la diversificación, el enfoque de mercado, la dedicación a los cultivos son asuntos que se entienden mejor si has sido parte de ellos.  Pero por sobre todas las cosas, la huerta te permitió conocer de cerca y a corta edad, esa maravilla de crear vida, de plantar semillas y trabajar para la cosecha, de experimentar lo que se siente cuando las cosas no salen bien y que no hay lamentación que valga.

5 de septiembre de 2015

La Bicicleta

Serie: Relatos cortos (3/10)
Por Angel Manero

La Bicicleta

Te trae la memoria el día que conociste al botellero, aquel divertido personaje que cambiaba las botellas por pollitos. No sabes si te estafó, te dio un pollito por cada dos botellas -tus amigos decían que era uno por botella- Pero eso no importaba; tenías seis pollitos en una caja y había que abrigarlos. De aquellos seis, cinco llegaron a ser grandes pollos de plumas blancas, distintos a los coloridos pollos de corral.

Criar pollos era muy simple agua, maíz partido, algo de “nicovita”; lo mismo pasaba cuando criaban patos, conejos o cuyes. Aunque para estos últimos había que recoger, todos los días, algo de hierbas silvestres en el campo para alimentarlos. La sabiduría popular va enseñando qué plantas recoger; no es lo mismo “yuyos” o “grama” que los otros pastos resinosos que evitabas. También había que detectar si habían fumigado los campos para no acabar matando a los animales.

Todo bien, hasta que llegó Juliana, vuestra vaca. Una enorme “Holstein” a la que había de alimentar mañana y tarde para poder obtener 15 litros de leche por día. Sustentar una vaca puede resultar lo mismo que criar 100 conejos. Pero el gran problema de tener una vaca fue sufrir que sus hijos pequeños –terneros- sean vendidos al nacer porque no había forma de criar otro vacuno en casa.  

Pasaron los años y Juliana debió ir al camal. Esa es la naturaleza del campo, no puedes tomarle cariño a los animales que son comestibles. Juliana se fue, pero les quedó la maravillosa costumbre de tomar leche fresca en las mañanas. Entonces se hizo el milagro, apareció en tu casa la bicicleta que siempre quisiste tener; sin embargo, como bien lo enseña la vida “no hay beneficio sin sacrificio”. La bicicleta llegó para fines de recreación, pero también para que te levantes más temprano y vayas, todos los días, al establo lechero de Hualcará a comprar la leche para el desayuno.

La tienda de Don Lucas era una de esas grandiosas tiendas de barrio donde encontrabas de todo. Abarrotes, carnes, frutas, verduras, golosinas, útiles del colegio, kerosene, alcohol y desde luego el pan de cada día. Por un tiempo no llegaba pan francés; la dificultad del país con las importaciones de trigo dejó como única opción al llamado “pan popular” que a nadie le gustaba. Pero como no hay “bien sin mal” tampoco hay “mal sin bien” y entonces, el desayuno se convirtió en una experiencia gastronómica de papas, camotes, yucas, quesos y se hacían más frecuentes las maravillosas "torrejas cañetanas".

Por alguna razón ya no se podía obtener leche fresca en el establo de Hualcará, y cuando creías que descansarías de esa rutina diaria; tu madre se encargó de recordarte que siempre hay algo que hacer y esa bicicleta debía ser aprovechada. Resulta que al costado del Municipio de Imperial empezó a llegar, todas las mañanas, un vendedor de pan francés a precios bastante aceptables. Debías ir muy temprano porque había cola, y desde luego, la bicicleta estaba allí para usarse.

No es que la bicicleta te traiga malos recuerdos, todo lo contrario, con ella solías pasear por los campos de “El Conde”, llegar a bañarte en el canal de la irrigación de Nuevo Imperial o llegar hasta el rio Cañete por Montejato; conocer Cerro Candela, Cerro Alegre, San Benito, Quilmaná, La Quebrada, Carmen Alto, La Florida y los extensos campos de Herbay. La bicicleta te permitió conocer tu tierra de modo más cercano, pero por sobre todas las cosas: la bicicleta te enseñó a ser parte de tu familia, a que debes colaborar y participar para el bien de todos y en ese proceso acabarás divirtiéndote.

4 de septiembre de 2015

El Pañuelo

Serie: Relatos cortos (2/10)
Por Angel Manero

El Pañuelo

El centro educativo 21001 –ahora Zoilo Candela Sánchez- se ubica en la Urb. Ramos Larrea de Imperial. Para llegar allí, todos los días, debías de caminar cerca de 30 minutos. Sufrían los zapatos, por lo que debías llevar una escobilla para limpiarlos antes de entrar al colegio. Supongo que te matricularon allí porque tus hermanas estudiaban la secundaria en el colegio vecino “El Carmen”.

El 21001 era un colegio de unas 10 aulas, y fue todo un suceso la vez que los padres de familia construyeron, con diversas actividades, dos aulas adicionales. Para ese entonces conociste por primera vez lo que era una “parrillada” y una “frejolada con seco” pro-fondos.

El camino al colegio era una ruta acompañada de anuncios. En algún lugar se promocionaba la venida de un tal “Chacalón” en otro tiempo “Los Shapis con Chapulín”; años después comprenderías la importancia de estos personajes en la historia nacional de la música popular. En el colegio "El Carmen" había un letrero enorme que decía “El que estudia triunfa” y en un mural de tu colegio: “Yo quiero que me enseñe un maestro de verdad, que hábil maneje la tiza y defienda la igualdad…”.

Fue el año 1981 cuando ingresaste al primer grado con menos de 5 años. Para que te acepen, el director Zoilo Candela te tomó un examen. Te llevaron al aula y encontraste una niña de compañera de carpeta, el profesor Chung dibujaba algo en la pizarra. Había que copiar los dibujos en el cuaderno y descubriste que no podías hacerlos, aún recuerdas ese desconcierto del primer día; sin embargo la niña del lado hacía unas figuras perfectas; le pediste ayuda y ella te enseñó. Cómo olvidarla  –Ana María Q.- Al finalizar el primer año, te alegraste cuando en la clausura la llamaron para entregarle un diploma de primer puesto; y la sorpresa fue que el segundo puesto te lo dieron a tí. No podía ser de otra forma, si hacías lo mismo que ella.

Años después, empezaba el gobierno aprista, hecho que no cortó las sufridas huelgas de profesores. Pero había un profesor “de la estrella” que no hacia huelga y te metías a su clase. El profesor Mejía era un tipo ameno y exigente, al que por no hacer huelga le decían “amarillo”.

Había mucha diversión en el patio del colegio. Un día jugaban “La lleva” que consistía en atrapar al compañero. El problema de correr velozmente es que si te caes hay complicaciones, y en una caída te rompiste la ceja. Enormes cantidades de sangre te brotaron, tratabas de contenerla con la mano pero no se podía; álguien te alcanzó un pañuelo, luego te llevaron a la posta médica del jirón Sucre y te cosieron la herida.

Al día siguiente, al salir de tu casa para el colegio, tu madre te entregó el pañuelo lavado y planchado para que se lo entregues al propietario. Pero ¿Quién era? No recordabas quién te dio el pañuelo, preguntaste y nadie sabía. Llevaste el pañuelo varios días al colegio esperando que el propietario aparezca. Como resultado, te acostumbraste a usarlo y desde entonces y hasta ahora llevas pañuelos contigo.

Nunca apareció el propietario del pañuelo hasta hace unos meses, después de 29 años. Participaste en una reunión social en San Vicente y allí te presentaron a un emprendedor cañetano -Jaime F.- Para sorpresa de la vida, él se acordaba de ti, de aquel día que te caíste, y desde luego, de que nunca le devolviste su blanco pañuelo.  

3 de septiembre de 2015

Alicia

Serie: relatos cortos
Por Angel Manero

A inicios de los ochentas, el distrito de Imperial era la capital comercial de la provincia de Cañete. Allí llegaban camiones de lugares distantes del país trayendo diversos productos alimenticios. Para esos años había una población cercana a las 20 mil personas, número que aumentaba constantemente con los nuevos asentamientos humanos; ya teníamos “Asunción 8” y se estaba invadiendo un nuevo terreno agrícola formándose “Las Malvinas

El mercado de abastos de Imperial se desarrollaba en un tablero de nueve cuadras que invadía las calles del centro de la ciudad. Allí se repartían las áreas de ventas de vestido, calzado, juguetes, abarrotes, verduras, tubérculos, pescados, carnes, animales vivos y desde luego los puestos de comida. Las madres esperaban al domingo para hacer las compras de la semana y los niños debían ayudar a cargar las pesadas bolsas. 

El mercado era el centro social del distrito, y en el colegio estatal, la mayoría teníamos alguna vinculación familiar con el comercio; si alguno de tus padres vendía limones, tú eras el limonero; si tus padres vendían carne, te decían carnicero y así. También estaban los “chilenos” que vendían nísperos de Lunahuaná, haciendo referencia a la ocupación chilena de esta hermosa quebrada en los tiempos de la guerra del pacifico.

El mercado de Imperial estaba zonificado por tipos de productos, sin embargo habían casos como el vendedor de “pan con adobo” ubicado en un área diferente al de comidas, o su competidora la dulce y enorme dama negra que caminaba el mercado vendiendo sus panes con el siguiente pregón “llegó la morena de oro de San Benito, trayendo los ricos panes para Imperial, el que se come uno se come dos, el que se come dos se come tres” y acto seguido la picardía popular le agregaba en voz baja una frase “el que se come tres ...”

Tú tendrías menos de 8 años cuando viste a Alicia por primera vez, en medio del bullicio del mercado. Era una dama de tez oscura, muy alta, con un vestido raído por el tiempo. Su mirada triste te hacía pensar en qué le habría pasado, qué desconsolada suerte pudo tener esta mujer para ir como alma herida por las calles; qué tragedia le hizo perder la cordura. ¿Recordará acaso la alegría de sus años infantiles o el calor del abrazo de sus padres?

Sin quererlo, Alicia fue quizás tu primer ejercicio de empatía. Esa práctica de ponerse en el mismo lugar de la otra persona para experimentar lo que siente. Te metiste en el alma de Alicia y percibías, acertada o equivocadamente, que ella tenía que caminar y caminar hasta lograr conseguir algo de dinero o alimento; pero por sobre todas las cosas, caminar y caminar hasta sentirse agotada, impedida de pensar en su situación, muy cansada para odiar su pasado, sin fuerzas para reclamarle al destino.

Alguna vez te descubriste siguiendo a Alicia para escuchar lo que por ratos cantaba, te atraída su linda voz y en ocasiones la ironía de las letras “le dije muchas palabras de esas bonitas, con que se arrullan los corazones, pidiendo que me quisieras, que convirtieras en realidades, mis ilusiones …” Aún guardas esa habilidad para recordar las letras de las canciones, ahora es fácil conseguirlas completas; antes debías comprar los cancioneros “Anyarin Injante” que vendían en la 28 de Julio. 

Pasaron 30 años de aquella vez que conociste a Alicia, te detuviste a comprar en una farmacia de la avenida Ramos, te disponías a pagar en la caja y de pronto Alicia se apareció a tu costado; tres décadas y ella seguía erguida, casi imperturbable, burlándose del tiempo. Le diste los 10 soles que tenías en la mano y ella se fue a agradecer al cuadro del sagrado corazón de Jesús que había en la otra pared. Nueva ironía pensaste, un alma que por años iba y venía sin sentido; pero de alguna forma, quizás tenía mucho más fe que la que quedaba en tí.