15 de enero de 2011

Genio y Figura

Esta semana quiero pedir la licencia debida a los lectores de esta columna, para escribir acerca de mi abuelo: Don Víctor Manero Navarrete nacido en Chincha en el año 1909 y cuya vida ha estado ligada al agro por completo y por cuyas acciones nos vinculó al campo también a nosotros sus nietos, basta decir que nosotros vinimos al mundo en la misma chacra, pues nuestras casas se ubicaban al pie del fundo y para allá iba la matrona del pueblo a asistir en los alumbramientos.

Los relatos de mi abuelo me permitieron conocer de primera fuente la vida del agro anterior y posterior a la reforma agraria y de cómo trabajaban las grandes haciendas costeras, las políticas de enganche de personal, los reclutadores que iban a la sierra a traer gente, la eficiencia y rentabilidad del negocio algodonero y algo que se ha perdido: el valor de la palabra empeñada.

Sin duda otros tiempos, los cuales tenían su lado bueno y malo porque también hubo mucho abuso de la fuerza laboral y el triste célebre “yanaconaje”. Afortunadamente para mi abuelo las haciendas de la costa central trabajaban muy bien sus relaciones laborales, él habiendo ingresado de guardián, pasó a ser capataz y luego administrador de grandes fundos algodoneros y una vez próximo a jubilarse tenía muy claro lo que debía hacer: comprarse una chacra para seguir sembrando algodón.

Por el año 1959 recorre casi toda la costa buscando donde instalarse, llegó hasta la nueva irrigación de San Lorenzo en Piura, lugar donde casi se instala de no ser porque según su evaluación el “arrebiatado” iba a ser un dolor de cabeza para los algodoneros Piuranos. Al final se instaló en Cañete entre los límites de los distritos de Imperial y Nuevo Imperial y le puso de nombre a su fundo “Santa Gliceria” un fundo de casi 10 hectáreas que pronto se pintó de verde por las hojas del Tangüis.

Mi abuelo tuvo nueve hijos y más de cuarenta nietos, la mayoría vivíamos en casas construidas por la misma familia al pie del fundo, por lo que instantáneamente nos convertimos en la mano de obra del campo. Desde la infancia solíamos sembrar, desahijar, abonar, pañar y quemar el algodón. Si el colegio era por la tarde solíamos salir a las cinco de la mañana al campo, caso contrario íbamos por la tardes. Por esa época las pañas empezaban coincidentemente con el inicio de vacaciones de verano.

Lo anterior hace que uno sonría cuando en Europa se critica el trabajo infantil a rajatabla, yo debo decir que mi niñez de vivir, estudiar y trabajar en el campo fue la mejor época de mi vida.

A finales de los 80s el algodón Tangüis entraba a su etapa de gran crisis, llegar a 80 QQ/Ha era algo que se esperaba cada campaña pero que no llegaba desde hace muchos años, el rendimiento de los mejores lotes podían llegar con suerte a 60 QQ, el ciclo fenológico cada vez era más largo y a veces no permitía hacer cultivos cortos de rotación y lo peor es que en términos reales (inflación ajustada) se pagaba menos por el algodón y al mismo tiempo las desmotadoras iban desapareciendo.

Recuerdo que la estación experimental de cañete dejó de vender semilla certificada, no sé de dónde se consiguió semilla pero esas campañas ya fueron terribles en productividad y seguían mal en términos de precios. Creo que mi abuelo perdió una parte de su vida con la crisis del algodón, un cultivo que lo acompañó siempre y que parecía eterno.

Lo notable de mi abuelo fue su integridad de seguir siempre al pie de la letra las normativas del Ministerio de Agricultura, de no echar agua al algodón para que pese más, de no usar sacos de polipropileno en la cosecha y de entregar siempre algo más de peso por si hay una pequeña merma en el camino. Cada labor agronómica nos la enseño él directamente y siempre supervisaba detrás nuestro que las tareas se hagan perfectamente.

A mitad de los 90s decidí dejar mis estudios de Ingeniería de Sistemas en La Universidad Nacional de Ingeniería para empezar una carrera relacionada al agro, opté por estudiar Ingeniería Agroindustrial. Creo que el único feliz con esta decisión, en mi familia, fue mi abuelo.

Ahora después de casi cinco años de su fallecimiento quisiera retribuirle un homenaje y mi agradecimiento por lo mucho que nos enseñó, por darnos un ejemplo de vida que ahora se convierte en esperanza, de creer que en muchos lugares del Perú han existido estos grandes hombres del agro y que su linaje está presente en las nuevas generaciones y que estamos formando parte de un proceso que suma la vocación y el cariño por el campo con la tecnología y el conocimiento.

Angel Manero Campos
Columnista
Agencia Agraria de Noticias
www.agraria.pe

1 comentario:

  1. Días aquellos tan Memorables e Inolvidables!!!... excelentemente relatado Angel, días tan Memorables como lo es en sí Nuestro Abuelo Don Victor Manero Navarrete... y nosotros continuando con el legado que nos dejó...
    'Froilan Jesus Coaguila Manero'.

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