3 de septiembre de 2015

Alicia

Serie: relatos cortos
Por Angel Manero

A inicios de los ochentas, el distrito de Imperial era la capital comercial de la provincia de Cañete. Allí llegaban camiones de lugares distantes del país trayendo diversos productos alimenticios. Para esos años había una población cercana a las 20 mil personas, número que aumentaba constantemente con los nuevos asentamientos humanos; ya teníamos “Asunción 8” y se estaba invadiendo un nuevo terreno agrícola formándose “Las Malvinas

El mercado de abastos de Imperial se desarrollaba en un tablero de nueve cuadras que invadía las calles del centro de la ciudad. Allí se repartían las áreas de ventas de vestido, calzado, juguetes, abarrotes, verduras, tubérculos, pescados, carnes, animales vivos y desde luego los puestos de comida. Las madres esperaban al domingo para hacer las compras de la semana y los niños debían ayudar a cargar las pesadas bolsas. 

El mercado era el centro social del distrito, y en el colegio estatal, la mayoría teníamos alguna vinculación familiar con el comercio; si alguno de tus padres vendía limones, tú eras el limonero; si tus padres vendían carne, te decían carnicero y así. También estaban los “chilenos” que vendían nísperos de Lunahuaná, haciendo referencia a la ocupación chilena de esta hermosa quebrada en los tiempos de la guerra del pacifico.

El mercado de Imperial estaba zonificado por tipos de productos, sin embargo habían casos como el vendedor de “pan con adobo” ubicado en un área diferente al de comidas, o su competidora la dulce y enorme dama negra que caminaba el mercado vendiendo sus panes con el siguiente pregón “llegó la morena de oro de San Benito, trayendo los ricos panes para Imperial, el que se come uno se come dos, el que se come dos se come tres” y acto seguido la picardía popular le agregaba en voz baja una frase “el que se come tres ...”

Tú tendrías menos de 8 años cuando viste a Alicia por primera vez, en medio del bullicio del mercado. Era una dama de tez oscura, muy alta, con un vestido raído por el tiempo. Su mirada triste te hacía pensar en qué le habría pasado, qué desconsolada suerte pudo tener esta mujer para ir como alma herida por las calles; qué tragedia le hizo perder la cordura. ¿Recordará acaso la alegría de sus años infantiles o el calor del abrazo de sus padres?

Sin quererlo, Alicia fue quizás tu primer ejercicio de empatía. Esa práctica de ponerse en el mismo lugar de la otra persona para experimentar lo que siente. Te metiste en el alma de Alicia y percibías, acertada o equivocadamente, que ella tenía que caminar y caminar hasta lograr conseguir algo de dinero o alimento; pero por sobre todas las cosas, caminar y caminar hasta sentirse agotada, impedida de pensar en su situación, muy cansada para odiar su pasado, sin fuerzas para reclamarle al destino.

Alguna vez te descubriste siguiendo a Alicia para escuchar lo que por ratos cantaba, te atraída su linda voz y en ocasiones la ironía de las letras “le dije muchas palabras de esas bonitas, con que se arrullan los corazones, pidiendo que me quisieras, que convirtieras en realidades, mis ilusiones …” Aún guardas esa habilidad para recordar las letras de las canciones, ahora es fácil conseguirlas completas; antes debías comprar los cancioneros “Anyarin Injante” que vendían en la 28 de Julio. 

Pasaron 30 años de aquella vez que conociste a Alicia, te detuviste a comprar en una farmacia de la avenida Ramos, te disponías a pagar en la caja y de pronto Alicia se apareció a tu costado; tres décadas y ella seguía erguida, casi imperturbable, burlándose del tiempo. Le diste los 10 soles que tenías en la mano y ella se fue a agradecer al cuadro del sagrado corazón de Jesús que había en la otra pared. Nueva ironía pensaste, un alma que por años iba y venía sin sentido; pero de alguna forma, quizás tenía mucho más fe que la que quedaba en tí.

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