Serie: relatos cortos
Por Angel Manero
A inicios de los ochentas, el distrito de Imperial era la
capital comercial de la provincia de Cañete. Allí llegaban camiones de lugares
distantes del país trayendo diversos productos alimenticios. Para esos años
había una población cercana a las 20 mil personas, número que aumentaba constantemente
con los nuevos asentamientos humanos; ya
teníamos “Asunción 8” y se estaba invadiendo un nuevo terreno agrícola
formándose “Las Malvinas”
El mercado de abastos de Imperial se desarrollaba en un tablero
de nueve cuadras que invadía las calles del centro de la ciudad. Allí se repartían
las áreas de ventas de vestido, calzado, juguetes, abarrotes, verduras, tubérculos,
pescados, carnes, animales vivos y desde luego los puestos de comida. Las
madres esperaban al domingo para hacer las compras de la semana y los niños
debían ayudar a cargar las pesadas bolsas.
El mercado era el centro social del distrito, y en el colegio
estatal, la mayoría teníamos alguna vinculación familiar con el comercio; si alguno
de tus padres vendía limones, tú eras el limonero; si tus padres vendían carne,
te decían carnicero y así. También estaban los “chilenos” que vendían nísperos de
Lunahuaná, haciendo referencia a la ocupación chilena de esta hermosa quebrada
en los tiempos de la guerra del pacifico.
El mercado de Imperial estaba zonificado por tipos de
productos, sin embargo habían casos como el vendedor de “pan con adobo” ubicado en un área diferente al de comidas, o su
competidora la dulce y enorme dama negra que caminaba el mercado vendiendo sus
panes con el siguiente pregón “llegó la
morena de oro de San Benito, trayendo los ricos panes para Imperial, el que se
come uno se come dos, el que se come dos se come tres” y acto seguido la
picardía popular le agregaba en voz baja una frase “el que se come tres ...”
Tú tendrías menos de 8 años cuando viste a Alicia por
primera vez, en medio del bullicio del mercado. Era una dama de tez oscura, muy
alta, con un vestido raído por el tiempo. Su mirada triste te hacía pensar en
qué le habría pasado, qué desconsolada suerte pudo tener esta mujer para ir
como alma herida por las calles; qué tragedia le hizo perder la cordura. ¿Recordará
acaso la alegría de sus años infantiles o el calor del abrazo de sus padres?
Sin quererlo, Alicia
fue quizás tu primer ejercicio de empatía. Esa práctica de ponerse en el mismo
lugar de la otra persona para experimentar lo que siente. Te metiste en el alma
de Alicia y percibías, acertada o equivocadamente, que ella tenía que caminar y
caminar hasta lograr conseguir algo de dinero o alimento; pero por sobre todas
las cosas, caminar y caminar hasta sentirse agotada, impedida de pensar en su
situación, muy cansada para odiar su pasado, sin fuerzas para reclamarle al
destino.
Alguna vez te descubriste siguiendo a Alicia para escuchar
lo que por ratos cantaba, te atraída su linda voz y en ocasiones la ironía de las
letras “le dije muchas palabras de esas
bonitas, con que se arrullan los corazones, pidiendo que me quisieras, que
convirtieras en realidades, mis ilusiones …” Aún guardas esa habilidad para
recordar las letras de las canciones, ahora es fácil conseguirlas completas; antes
debías comprar los cancioneros “Anyarin Injante”
que vendían en la 28 de Julio.
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