Serie: Relatos cortos (6/10)
Por Angel Manero
EL EXAMEN DE ADMISIÓN
Una extendida huelga de profesores hizo que acabaran la
secundaria en febrero de 1992. Para ese
entonces no pensabas en fiesta o viaje de promoción, lo urgente era prepararse
para la universidad cuyo examen de admisión era en pocos días. Esperabas que
sea de ayuda el haber obtenido el primer puesto en toda la educación
secundaria, lo cual te permitía competir en la categoría de “exonerados” en el examen
de admisión a la Universidad Nacional de Ingeniería. Se suponía que los
primeros puestos del colegio entraban directo a la universidad, sin embargo con tantos colegios en el país, había que competir para ingresar.
Llegó el día del examen y respondiste muy pocas preguntas,
nunca habías tenido una evaluación tan difícil en tu vida. Álgebra, aritmética, geometría,
trigonometría, física y química se sumaban al razonamiento verbal y matemático;
tres días de exámenes y acabaste sacando tres puntos en una escala del 0 al 20.
El primer puesto de la categoría de “exonerados” había sacado cerca de 16 y el
último que ingresó a Ingeniería de Sistemas sacó cerca de 14; allí te diste cuenta que no había ventaja
postular como “exonerado”; eran los mismos puntajes que alcanzaban los
postulantes de la categoría “ordinarios” para ingresar.
Había que prepararse para el examen del año siguiente. ¿Pero
qué significaba prepararse? Para empezar una buena academia, aquella que había logrado
la mayor cantidad de ingresantes a la carrera que postulas. Ingresar a la
especialidad de Ingeniería de Sistemas tenía en ese momento una probabilidad de
60 a 1, es decir por cada sesenta postulantes uno ingresaba. ¿Y qué hacia ese 1
para ganarle a los otros 59?
La academia era importante, no perder una hora de clase era
importante, pero igual de importante era practicar fuera del horario de clases.
En la academia estudiaban 8 horas diarias y había que dedicar no menos de 8
horas en casa para complementar. No solo se debía aprender a resolver los problemas, también debías hacerlo con rapidez.
Un año de duro estudio y mucha práctica, de lunes a domingo,
sin distracciones. Fue hasta cierto punto un proceso importante en tu vida,
pero así como la guerra cambia a un soldado, tener un proceso de estudio demasiado intensivo, también tiene sus consecuencias. Tanta presión y concentración
te había llevado a una especie de bloqueo emocional, necesario quizás para dar
un examen sin ansiedad o nerviosismo, pero se había hecho a costa de insensibilizarse en cierto grado.
Salieron los resultados del examen de admisión y al verlos, un
gesto de descontento, leíste segundo puesto; más que suficiente para ingresar pero te habían ganado el
primer lugar. Habías ingresado y no tenías una gota de alegría o alivio en tus
venas, habías ingresado y el bloqueo emocional aún seguía. Tardaron varios días
para normalizar tu estado de ánimo y disfrutar del logro.
Aún después de muchos años te preguntas si valió la pena. Y
no es que la vida no requiera hacer sacrificios, sino que ¿valió la pena que
fuera alrededor de los 16 años habiendo tenido que dejar la casa familiar para
mudarte a otra ciudad?
Ahora en Cañete hay universidades y eso es bueno, sin embargo
hay que llevarlas a ser grandes centros de estudios, para que valga la pena
quedarse en la provincia a estudiar y una vez acabados los estudios superiores, estar listos
para emprender otros rumbos y también preparados para dejar el hogar.
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