Serie: Relatos cortos (3/10)
Por Angel Manero
La Bicicleta
Te trae la memoria el día que conociste al botellero, aquel
divertido personaje que cambiaba las botellas por pollitos. No sabes si te estafó, te dio un pollito por cada dos botellas -tus amigos decían que era uno por botella- Pero eso no importaba; tenías seis pollitos en una caja y había
que abrigarlos. De aquellos seis, cinco llegaron a ser grandes pollos de plumas
blancas, distintos a los coloridos pollos de corral.
Criar pollos era muy simple agua, maíz partido, algo de “nicovita”; lo
mismo pasaba cuando criaban patos, conejos o cuyes. Aunque para estos últimos había
que recoger, todos los días, algo de hierbas silvestres en el campo para
alimentarlos. La sabiduría popular va enseñando qué plantas recoger; no es lo
mismo “yuyos” o “grama” que los otros pastos resinosos que evitabas. También había que
detectar si habían fumigado los campos para no acabar matando a los animales.
Todo bien, hasta que llegó Juliana, vuestra vaca. Una enorme “Holstein” a la que había de alimentar mañana y tarde para poder obtener
15 litros de leche por día. Sustentar una vaca puede resultar lo mismo que
criar 100 conejos. Pero el gran problema de tener una vaca fue sufrir que sus
hijos pequeños –terneros- sean vendidos al nacer porque no había forma de criar
otro vacuno en casa.
Pasaron los años y Juliana debió ir al camal. Esa es la
naturaleza del campo, no puedes tomarle cariño a los animales que son comestibles.
Juliana se fue, pero les quedó la maravillosa costumbre de tomar leche fresca
en las mañanas. Entonces se hizo el milagro, apareció en tu casa la bicicleta
que siempre quisiste tener; sin embargo, como bien lo enseña la vida “no hay beneficio sin sacrificio”. La bicicleta
llegó para fines de recreación, pero también para que te levantes más temprano y vayas, todos los días, al establo lechero de Hualcará a comprar la leche para el desayuno.
La tienda de Don Lucas era una de esas grandiosas tiendas
de barrio donde encontrabas de todo. Abarrotes, carnes, frutas, verduras, golosinas,
útiles del colegio, kerosene, alcohol y desde luego el pan de cada día. Por un
tiempo no llegaba pan francés; la dificultad del país con las importaciones de trigo
dejó como única opción al llamado “pan popular” que a nadie le gustaba. Pero como no
hay “bien sin mal” tampoco hay “mal sin bien” y entonces, el desayuno se convirtió en una
experiencia gastronómica de papas, camotes, yucas, quesos y se hacían más
frecuentes las maravillosas "torrejas cañetanas".
Por alguna razón ya no se podía obtener leche fresca en el
establo de Hualcará, y cuando creías que
descansarías de esa rutina diaria; tu madre se encargó de recordarte que siempre
hay algo que hacer y esa bicicleta debía ser aprovechada. Resulta que al costado
del Municipio de Imperial empezó a llegar, todas las mañanas, un vendedor de
pan francés a precios bastante aceptables. Debías ir muy temprano porque había cola, y desde luego, la bicicleta estaba allí para usarse.
No es que la bicicleta te traiga malos recuerdos, todo lo
contrario, con ella solías pasear por
los campos de “El Conde”, llegar a bañarte en el canal de la irrigación de Nuevo
Imperial o llegar hasta el rio Cañete por Montejato; conocer Cerro Candela, Cerro
Alegre, San Benito, Quilmaná, La Quebrada, Carmen Alto, La Florida y los extensos campos de Herbay.
La bicicleta te permitió conocer tu tierra de modo más cercano, pero por sobre
todas las cosas: la bicicleta te enseñó a ser parte de tu familia, a que debes
colaborar y participar para el bien de todos y en ese proceso acabarás divirtiéndote.
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