Por: Richard Webb
Diario El Comercio
“¿Si estos animales aprendiesen a leer y a escribir, qué no querrán hacer y qué no pedirán después?”. Con estas palabras un personaje de la novela “Todas las sangres” se oponía a la apertura de una escuela para los comuneros.
Pero en 1964, cuando se publicó el cuento de José María Arguedas, la paupérrima ciudad de Ayacucho vivía ya una ebullición educativa. El número de colegios estatales había aumentado de dos en 1940 a 13, varios otros ofrecían educación superior, y la Universidad de Huamanga había reabierto sus puertas después de haber estado cerrada por casi 70 años.
Para fines de los años sesenta, Ayacucho era una ciudad de estudiantes de secundaria y universitarios, que llegaban desde pueblos y comunidades remotas y se instalaban en chozas en los cerros, y que en unos años llegarían a ser la cuarta parte de la población.
Cuando el nuevo régimen militar del general Velasco emitió un decreto, el 22 de junio de 1969, que amenazaba con eliminar la gratuidad de la educación secundaria, la ciudad estalló. Después de dos días de enfrentamientos y muertes, el 24 de junio, Día del Campesino, el gobierno militar revocó el decreto y publicó la Ley de Reforma Agraria.
La sed de educación no da señales de saciedad. En 1960 existían nueve universidades en el Perú, hoy son 81. Su estudiantado ha pasado de 30 mil a 750 mil, y siguen creándose nuevas instituciones.
Hoy el típico peruano de 20 años ha cursado 12 años de estudio mientras que sus abuelos estudiaron apenas 5 años. Éramos un país mayormente analfabeto, pero hoy solo 7% está en esa condición. Al principio, era el Estado el que impulsaba la escuela, y en muchos poblados los niños no asistían a esos primeros colegios, pero la sed de educación se despertó con la rapidez de un fuego en la pradera, desbordando la capacidad estatal e impulsando una dinámica industria privada de escuelas, universidades, academias y cursos.
Desde 1940, la familia limeña ha reducido el gasto en alimentos de 51% a 38% de su presupuesto, y aumentado su gasto en educación de 3% a 8%.
¿Tiene límite la búsqueda del conocimiento?
Creo que no, en parte porque en una sociedad competitiva la educación es un instrumento poderoso para el individuo que busca salir adelante y estar arriba, y para la sociedad que requiere integración y buen comportamiento social.
Pero por encima de esos beneficios prácticos de la educación, la valoramos en sí misma. Estamos programados para querer saber más.
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