Apuesta por lo natural
La República
Experiencia. El maestro Masashi Asano impulsa el cultivo de alimentos sanos. Lo dejó todo para dedicarse a desarrollar una agricultura sana, sustentable, que permita una vida digna en plena armonía con la naturaleza. Hasta los insectos y los pájaros son sus aliados en su chacra porque cumplen un rol de equilibrio y regulación.
Rumi Cevallos.
Es bajito, delgado, y al verlo de cerca, sus ojos rasgados parecen brillar. Cuando Masashi Asano habla menea sus delgadas manos que conocen muy de cerca la dureza del trabajo en el campo. Su mayor virtud es amar a Dios a toda costa, a las personas, a la naturaleza, a la biodiversidad.
A sus tomates, uvas, mandarinas, nísperos, lechugas, coliflores, nabos, entre otras frutas y hortalizas que cultiva en su huerta, los trata como a sus más preciados tesoros. Asano, cada mañana, se dirige a ellos como si estuviera aconsejando a sus hijos sobre su vital función en la tierra. Les sonríe y les da la luz divina a través de sus manos. Y estos le responden generosos en su máximo esplendor, llenos de sabor, con todo su potencial alimenticio.
Masashi Asano es un japonés de 75 años que lo dejó todo en su tierra para afincarse en la década de los 80 junto a Tomoyo, su esposa, en la localidad de Samaipata, en Santa Cruz, Bolivia. Semanas atrás estuvo en Lima y compartió su experiencia en un seminario ofrecido en el Sukyo Mahikari de Lima.
Sí al policultivo, no al agroquímico
Hasta 1986, Asano se dedicó a la venta de vehículos y maquinaria agrícola. Es economista y nunca imaginó convertirse en agricultor. Asuntos de salud le hicieron decidir vivir en el campo. Ahora se dedica a su chacra de 3,5 hectáreas y a vivir en paz con la naturaleza.
Pensando en la canasta familiar desarrolla la horticultura y la fruticultura. Produce 43 variedades de esas maravillas y atiende en un 100% al mercado con el nombre de “Asano. Luz Divina”. Cría patos, gallinas, conejos y cerdos, y llega al mercado también con productos procesados (sillau, miso, kaki seco, nabo seco, entre otros).
Asano trabajaba inicialmente de manera convencional, con agroquímicos para el control de plagas. “Estuve cinco años así, pero en 1991 cambié al cultivo orgánico”. Refiere que también fracasó parcialmente, lo que le hizo evaluar qué había pasado, pero perseveró y notó que la naturaleza estaba haciendo lo suyo, por lo que tuvo que adecuarse al nuevo tipo de manejo de la tierra, que le dio después muy buenos resultados.
¿Y cómo hizo para lograr tan buen resultado en su chacra? Su método llamado Yoko consiste vivir en plena armonía con otros seres vivos, porque “todos en la Tierra tienen una función valiosa que cumplir”.
Hasta los insectos y pájaros tienen un lugar. Son sus socios. Ellos saben que no deben meter sus aguijones y picos en las frutas y hortalizas. Asano tomó en cuenta que la vida animal no es perjudicial para los cultivos. Solo consumen sin depredar y, además, cumplen funciones de equilibrio y regulación. “La naturaleza tiene mecanismos de purificación y abonación con el objetivo de restablecer y conservar para producir infinitamente”, sostiene.
Con voz firme, sostiene que el uso de agroquímicos va en contra del medio ambiente y la vida misma. “Es costoso. Aplicarlo no es nada agradable. Hay que protegerse. Si el agroquímico queda, se arrincona en el depósito y el lugar se inunda de un fuerte olor.
Mucha complicación. Además, con la lluvia se pierde el efecto y paulatinamente se ve que los insectos se vuelven más resistentes”, refiere. Por sus observaciones llegó a la conclusión de que los agroquímicos reemplazan inadecuadamente los principios naturales, además de contaminar y desplazar el ecosistema que está en abundancia y colmado de energía.
El cultivo orgánico es rentable
El cambio al cultivo orgánico conduce al agricultor a lograr menores gastos y más ingresos. “Sí es rentable. Además, el mercado está buscando alimento sano”, recuerda.
El maestro paga a sus colaboradores 80 bolivianos de jornal, muy por encima del promedio (55). “En el agro convencional se usa más máquinas, más agua, más mano de obra, y eso impide ser rentable”, confiesa.
Asano sabe qué insecto aparece en cada época y qué planta dejar para paliar su voracidad. Si aparece maleza o pasto, los deja en adecuadas proporciones. Todo tiene un sentido en la naturaleza.
“Bajo la superficie hay vida microbiana que cumple su rol, son mis aliados. Busco el equilibrio de su ciclo natural para saber qué sembrar, siendo importante no degradar ni erosionar la tierra”, agrega.
Lo que Asano comprobó con su paciente observación es el importante equilibrio entre la temperatura, la humedad y el aire. Esto es básico para evitar, en gran parte, las enfermedades y las plagas. Estos principios colaboran en la producción sustentable de alimentos saludables.
En el Perú el método del maestro Asano (asano_yoko_samaipata@hotmail.com) se desarrolla en Huaral, donde está el “Campo de cultivo Yoko Noen”, un lugar de aplicación en el que se realizan talleres para cultivar y proveerse de alimentos sanos (cultivoyoko@googlegroups.com).
A la tierra hay que amarla y comprender que todo vale. El subsuelo, la superficie y el aire. Un ciclo perfecto para la vida plena.
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