Por: Richard Webb
Lunes 8 de Agosto del 2011
El Comercio
Para José de la Riva Agüero, la costa peruana era un “verdadero archipiélago”, por la discontinuidad y separación de sus valles. De Arequipa y de Trujillo se viajaba a Lima por mar. Esa geografía, dijo, explicaba el carácter insular de sus civilizaciones desde los tiempos aborígenes. La costa, escribió, “no es ni puede ser cuerpo suficiente para una gran nacionalidad”.
En realidad, la percepción de Riva Agüero era válida también para la sierra y la selva. Todo poblado era una isla dentro de una vasta superficie deshabitada de puna, selva y desierto, cuya extensión y vacío se aprecia hoy desde la ventana de cualquier vuelo sobre el país.
De allí que la construcción de la nación, más que en la mayoría de los países, ha ido de la mano con la construcción de caminos y otros medios de comunicación.
Un artículo de fe entre los economistas es la ventaja del libre comercio, pero cuando se buscaban argumentos para la creación del mercado común europeo, la ganancia esperada con base en la teoría resultaba modesta, y al final la decisión tuvo más de política que de economía. Sin embargo, poco a poco se fue descubriendo que los beneficios económicos del mercado común provenían más de fuentes inesperadas que de la teoría. La intensificación competitiva generó un redoblamiento del esfuerzo creativo, y surgieron especializaciones, innovaciones y aprendizajes mutuos que aumentaron la productividad general.
Algo similar sucedió en el Perú, cuando se liberaron las barreras al comercio externo hace veinte años. Las exportaciones se multiplicaron de forma insospechada, creándose una multitud de nuevos productos, como los que reseña el economista Alan Fairlie en su reciente libro sobre el biocomercio, y la productividad de la economía en general dio un tremendo salto. La liberación de la capacidad creativa fue más un acto de fe que de ciencia, pero el éxito fue previsto por Voltaire cuando dijo que más verdad dice la fe que los ojos.
El comercio interno ha pasado por una liberación similar. Nunca antes se han construido y mejorado tantos kilómetros de camino. Junto con el celular e Internet, en apenas una década, se han reducido drásticamente las distancias que separaban nuestras islas.
El acercamiento y la comunicación han sido los motores de la inclusión y, además, están facilitando la fusión cultural y productiva: allí tenemos al cusqueño Acurio, a los ‘fashion shows’ de los aimaras de Gamarra y un campesino que es el mejor caficultor del mundo.
Si seguimos viviendo en un archipiélago, podría decirse que estamos aprendiendo a caminar sobre el agua.
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