Nadie creía en ella. Tenía una buena idea, una que podía gestar una revolución (alimenticia). El 98, en un parque de Miraflores, abrió su primera trinchera. Hoy, cientos se lo agradecen
Por: Antonio Orjeda
¿Quién no conoce el mercado ecológico del parque Reducto? Ahí, una década atrás, Silvia Wu sembró una utopía. Tenía una misión: lograr que cada vez más personas se alimentaran mejor. Hoy, no solo en Miraflores, también en Surco, Cieneguilla, Huancayo, Piura, Arequipa, Huánuco y Abancay, se realizan estas bioferias. Ahí, usted puede adquirir productos libres de químicos, libres del hambre de industrias cuya oferta no es saludable. Diez años después, la paciencia china de Silvia está rindiendo frutos. Al frente de la Red de Agricultura Ecológica (RAE), Silvia está cosechando.
¿Qué es un mercado ecológico?
Es el espacio donde confluyen ofertantes y demandantes de productos ecológicos.
Aquí usted los creó y los sigue impulsando por el país. Por hacerlo, ¿cuántas veces le han dicho que esto no era más que una idea romántica?
¡Uy! Desde el momento en que te dicen que la agricultura ecológica no es posible: “Nooo, ¡eso es jugar a la agricultura! ¡Eso es para pequeñitos, para atrasados, para soñadores!”.
¿Por qué lo dicen?
Porque trasladan la imagen del cultivo convencional a lo que es agricultura ecológica.
Según sus detractores, una agricultura es moderna, agresiva y la que usted impulsa está desfasada.
Creen que todo se reduce al uso o no de abono orgánico, y no es así. Lo que hace la agricultura ecológica es prevenir. Un alimento ecológico no es solo aquel que no tiene plaguicidas. El tema es mucho más profundo, implica haber diseñado la chacra de tal manera que no sea necesario el uso de plaguicidas.
Y la prueba de que su propuesta funciona es la bioferia de Miraflores, que en diciembre cumple ¡diez años!
Así es, y también que sociedades tan exigentes como la alemana, la japonesa, la suiza, cada día consuman más productos ecológicos; y estas no se van a abastecer de pequeñas tierritas, pues se trata de mercados muy competitivos.
¿Qué ha sido lo más complicado de haber emprendido este sueño?
Para empezar, haber roto el mito de que esto no es posible. Es posible cultivar ecológicamente, es posible hacerlo en grandes extensiones, respetando la naturaleza y la calidad nutricional de los productos.
Y un detalle clave es que no solo ofrecen productos sanos, sino que además están sembrando agricultores bien pagados.
Efectivamente, no solo nos preocupamos por el consumidor, sino que también velamos porque los agricultores reciban una buena paga por esos productos que les ha costado obtener.
En el Perú, la historia del abuso contra los agricultores es vieja.
Felizmente estamos logrando historias muy lindas. Hay señoras que nos dicen que gracias a la agricultura ecológica los varones de sus familias ya no necesitan migrar para dedicarse a otras actividades. La agricultura ecológica demanda mucha mano de obra, y como ahora reciben una buena paga, tienen mejor acceso a otras cosas, como la salud.
En contraparte, ¿qué casos terribles ha conocido?
Una de mis motivaciones para impulsar Ecológica Perú fue que, llegado un momento, varios agricultores tenían suficiente producción como para sacar al mercado. Hubo varios intentos individuales y algunos llegaron a los supermercados, pero les pagaban después de tres meses, les decían que había mucha merma, se les terminaba un producto y, en lugar de llamarlos para que lo repusieran, ponían un producto convencional con la etiqueta de ecológico.
Y muchas de esas empresas se venden como socialmente responsables.
Aunque no podemos negar que hoy ese concepto está calando.
En su batallar, ¿contra quiénes ha sido más duro bregar?
Contra las personas que no entienden el concepto. Por ejemplo, varios funcionarios de gobiernos locales que no logran creer del todo que nosotros queremos el bienestar de su comunidad. Queriendo promover una cultura de alimentación sana, no nos permiten implementar bioferias en más distritos.
¿Y qué hay de nosotros, los consumidores, que solemos gastar dinero en el médico cuando muchos de nuestros males pueden ser consecuencia de que nos alimentamos pésimo?
Es que hemos perdido la noción de para qué nos alimentamos.
Lo hacemos solo para llenar la panza.
Y para mitigar supuestamente el hambre, y no porque necesitamos vivir en salud.
Bueno, y ahí el principal enemigo es el poder económico que promociona golosinas, carnes, fármacos
Mientras ellos no sientan que somos un peligro para ellos, podemos marchar en paralelo. De lo contrario, como ahora está ocurriendo que quieren entrar al negocio de los transgénicos, la cosa cambia.
Los sábados, cuando uno va a la bioferia de Miraflores, encuentra un ambiente lindo.
Lo que nosotros queremos transmitir es que una bioferia no solo es un punto de comercialización, sino un encuentro humano, donde te puedes encontrar con gente que piensa como tú, que no está apurada, que se preocupa por su salud
Pero eso es ahora. ¿Cómo fue al inicio?
Fue bien gracioso. Éramos pequeñitos, de toda la cuadra ocupábamos solo una pequeña extensión, pero desde un comienzo hubo empatía con la gente. Aunque el primer día —esta es una anécdota que nos encanta contar— vimos llegar al alcalde y dijimos: “¡Viene para la inauguración!”
¿Qué alcalde era?
Bedoya, un señor que después tuvo que cumplir una condena porque lo sacaron en un video [en un “vladivideo”]. Llegó y nosotros lo recibimos alegres y él dijo: “¿Y esto? ¿De dónde ha salido? ¡Ciérrenlo inmediatamente! A mí nadie me ha pedido permiso”. La gente se quedó consternada. La funcionaria que nos había apoyado lo llevó a un costado y le explicó, pero no te imaginas cómo estaba —¡rojo de cólera!— y gracias a las cartas de los vecinos, a sus correos —que los tengo ahí, toditos—, la bioferia pudo continuar.
Ese es un detalle clave, porque al común de los vecinos no le gusta que le instalen un mercado frente a su casa.
Es que una vez que se van, el lugar queda impecable, permanentemente hay una persona que cuida. O sea, hay un respeto de ambos lados.
Pero no solo eso, ¿no? En una bioferia, además, se respira buena onda.
Se siente esa otra vibra. No es gente apurada, sino que va a pasar el momento porque sabe que va a la bioferia.
No es gente que come carne de pollo criado a la mala.
Que no come ese pollo que ha comido veintidós horas seguidas, que no ha dormido, que convive apretado con otros.
No somos conscientes de que cuando comemos eso estamos comiendo carne de un animal enfermo.
Estresado, con muchísimas toxinas producto del estrés. Últimamente están usando hormonas, igual que en el caso de las reses.
Cuando empezó, ¿quiénes creían en usted?
Nadie Solo los miembros del equipo agroecológico.
¿Quiénes no creían en usted?
[Ríe] la gran mayoría. Las ferias entonces eran una vez al año —con motivo de la primavera o de algún festejo—, pero no eran algo cotidiano.
Si tenía tanto en contra, ¿por qué siguió?
Porque yo sabía que en algún momento iba a encontrar a alguien que creyera en la propuesta Puede sonar extraño, no racional, pero yo sí creo que las vibras iguales se juntan. Tenía confianza en que iba a encontrar a algún funcionario con quien pudiera empatar, y hasta ahora hemos tenido suerte en Miraflores y en Surco.
La bioferia de Surco acaba de abrir y ya está teniendo resultados tan positivos como la de Miraflores.
Así es, y con proyecciones mucho mayores, porque Surco quiere para sus vecinos mucho más que un mercado: quiere llevarles calidad de vida.
Su papá es chino, él llegó al Perú a consecuencia de la II Guerra Mundial.
Vino a refugiarse, a huir de la guerra. Mi papá era profesor de chino, era un señor bastante culto y aquí se dedicó a la agricultura.
Él tiene una hacienda en Huancayo. ¿Ahí cree que nació su amor por la agricultura?
De repente, pero te mentiría si te dijera que sí. Al campo, sin embargo, siempre me he sentido ligada.
Entonces ¿qué fue lo que la llevó a meterse en el tema forestal?
Es que yo soy una de esas soñadoras que han querido contribuir a mejorar el planeta.
Tiene 50 años y ha seguido adelante pese a todas las barreras que ha encontrado. ¿Por qué?
Porque creo que esta es mi misión de vida. Si yo estoy acá, es por eso.
Para muchos lo que acaba de decir puede sonar a una “pastrulada”.
Sí [ríe] Siempre y cuando no se vea algo concreto. En mi caso, yo lo puedo decir y también lo puedo probar.
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