Domingo 15 de Mayo del 2011
Editorial - El Comercio
Ya son varias las regiones que se han declarado territorio libre de transgénicos. Esto ante la insistencia del Ejecutivo y del Congreso de la República de dar pase al cultivo de semillas genéticamente modificadas –o transgénicas–, que podrían terminar contaminando nuestros recursos naturales y cultivos nativos, así como ingresar en la cadena alimenticia sin que se nos advierta.
Diversos sectores se vienen pronunciando contra lo que, a todas luces, es un simple negociado de transnacionales químicas y farmacéuticas, cuyos tentáculos llegan a las más altas esferas del poder.
Las autoridades correspondientes –ya de salida– no pueden imponer este riesgo a la biodiversidad del Perú y menos hacer oídos sordos al clamor de una amplia mayoría que rechaza los alimentos transgénicos.
La más reciente encuesta de Ipsos Apoyo en Lima, elaborada para El Comercio, revela que 79% de los entrevistados que conocen del tema rechazan el ingreso de semillas transgénicas al país.
Asimismo, gremios de agricultores orgánicos, un sector de médicos, ingenieros agrícolas, exportadores y hasta chefs han expresado su protesta contra la liberación de transgénicos en nuestro territorio y vienen solicitando el etiquetado de los productos alimenticios que cuentan con transgénicos entre sus ingredientes. A la fecha no hay estudios concluyentes sobre la inocuidad de estas semillas y alimentos para el entorno y la salud humana.
Para el influyente cocinero Gastón Acurio el ingreso de transgénicos pone en riesgo nuestro potencial de desarrollar una agricultura ‘boutique’, altamente diversificada y con el añadido de su pureza. Sabido es que el mercado de productos orgánicos está creciendo y que más bien el de los transgénicos ha empezado a contraerse.
Entre los argumentos contra estas semillas de laboratorio figuran tanto el impacto negativo sobre la marca Perú cuanto la postulación de la cocina peruana como patrimonio cultural de la humanidad, dado que el expediente enviado a la Unesco enfatiza que la biodiversidad es el móvil de una gastronomía única.
La opinión mayoritaria le resta legitimidad a quienes a través de lobbies y presiones pretenden introducir normas que abren indiscriminadamente las puertas a los transgénicos. Ello sin detenerse a pensar en las consecuencias para la alimentación y la salud, el creciente nicho de la gastronomía y la riqueza genética y de germoplasma nativo.
Como bien ha señalado Acurio, “los congresistas tienen que asumir una responsabilidad histórica, porque si no la historia les pasará la factura”. No se trata de una postura caprichosa, sino de un enfoque que debe llevar a evaluar las enormes posibilidades y beneficios que podemos lograr con la agricultura orgánica, convertida ya en un filón importante para las zonas rurales. Papas nativas, mangos, paltas y café orgánicos son altamente apreciados en el mercado internacional y han recibido varios galardones.
No hay, entonces, lugar para desvíos legalistas. Es momento de analizar objetivamente el reglamento de los cultivos transgénicos, redactado confusamente y abierto a interpretaciones antojadizas. También de escuchar a quienes piden una moratoria de cinco o diez años hasta que se conozca la real problemática que puede desencadenar este tipo de cultivos en un territorio como el nuestro y las posibles enfermedades y alergias asociadas a su consumo.
Las autoridades nacionales no pueden esperar que cada región se declare libre de transgénicos, sino que deben dejar sentadas las bases para una eventual y muy razonable moratoria y eventualmente declarar al Perú como territorio libre de transgénicos, que es lo que la mayoría de la población demanda.
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