Por: Julio Luque Ingeniero
Sábado 7 de Mayo del 2011
El Comercio - Perú
Escribo porque me rebela el desprecio que muestran hacia el 55% de peruanos quienes afirman que el 5 de junio tenemos que elegir entre el cáncer y el sida o que tenemos que taparnos la nariz al momento de votar. Yo voté por Keiko Fujimori en primera vuelta y, claro, volveré a hacerlo en la segunda. Ni Keiko es el cáncer ni Humala el sida y, por supuesto, ninguno de los dos apesta, salvo para aquellos que se han pasado la vida dándonos lecciones de democracia, pero que solo atinan a insultar cuando el resultado electoral no les agrada.
Tengo la convicción de que en los próximos cinco años se definirá si el Perú elige el camino del desarrollo y de la modernidad o si volveremos a ser el país mediocre que siempre hemos sido. Los altos precios de nuestras materias primas, la envidiable salud de nuestras finanzas públicas, el grado de inversión obtenido gracias a 20 años de un manejo prudente de nuestra economía, los tratados de libre comercio con los principales mercados del mundo y el entusiasmo de empresarios peruanos y extranjeros por seguir invirtiendo en el país, garantizan al próximo gobierno una plataforma inmejorable para enrumbar el país hacia la prosperidad, hacia la eliminación de la vergonzante pobreza en la cual se encuentran aún demasiados compatriotas.
Aprovechar esta oportunidad histórica pasa por entender que solo la inversión privada es capaz de generar riqueza en un país (y en el Perú necesitamos, con desesperación, generar más riqueza). Lamentablemente a todos nos han convencido desde chicos de que somos un país muy rico, a todos nos enseñaron en el colegio aquella frase, falsamente atribuida a Raimondi, que dice que somos un mendigo sentado sobre un banco de oro. Es una gran mentira. Sumando todas las exportaciones de recursos naturales, es decir, minería, harina de pescado e hidrocarburos, no llegamos a US$900 per cápita. Ecuador, solo con petróleo, hace US$1.100 per cápita. Chile y Venezuela, con cobre y petróleo respectivamente, llegan a US$2.300 per cápita. Somos pobres. La riqueza no nos la puso nadie, la tenemos que generar nosotros.
Además de pobres, somos un país chico, no somos económicamente relevantes. Ninguna corporación global se va a cortar las venas por no tener presencia en el Perú. Necesitamos invitarlos, seducirlos, convencerlos de que somos un excelente país para hacer negocios. No solo a los extranjeros, claro, también tenemos que animar a los empresarios peruanos para que sigan arriesgando, invirtiendo y creando empleos.
El plan de gobierno de Fuerza 2011 contempla todo tipo de medidas y planes para promover, atraer, incentivar y facilitar inversiones, nacionales y extranjeras, de grandes, medianos y pequeños empresarios. Keiko habla de productividad, de competitividad, de reducir costos logísticos, de facilitar el pago de impuestos, de ampliar la capacidad de puertos y aeropuertos, de promover la asociación de pymes, de organizarlas en ‘clusters’.
En la otra orilla, el plan de Gana Perú tiene una larga lista de limitaciones, impedimentos y barreras a la inversión privada. Independientemente de la metamorfosis que está ocurriendo con su plan de gobierno, Humala sigue hablando de sectores estratégicos que deben estar en manos del Estado, de nacionalizaciones, que ya entendí que no son estatizaciones pero que aún no logro descifrar qué significan, de más impuestos, de nuevos impuestos, de renegociar contratos, de cambiar el modelo económico. El resultado en un eventual gobierno nacionalista es previsible: significativo descenso de la inversión privada y, en consecuencia, en la creación de empleos, en la recaudación de impuestos y en la generación de riqueza.
Estamos ante dos opciones muy distintas, ambas respetables. Una mira al pasado, sigue creyendo que somos un mendigo sentado en un banco de oro, ve a la inversión privada como un mal necesario que hay que limitar, controlar, vigilar para que no se exceda. La otra mira al futuro, es consciente de la imperiosa necesidad de generar más riqueza, invita a la inversión sin distinguir nacionalidades, apuesta por un país competitivo y exitoso.
Por eso voté y volveré a votar por Keiko. Sin taparme la nariz.
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