Relataba Ricardo Palma cómo en los albores de la época colonial el reputado oidor Zárate, intimidado por la espada de Francisco de Carbajal, firma el acta que reconoce a Gonzalo Pizarro como gobernador del Perú y entrega a su hija en matrimonio a Blasco de Soto. Todo esto gracias a tres motivos que se hicieron muy famosos en aquellos tiempos: por miedo, por miedo y por miedo.
Ha causado mucha sorpresa la dación del decreto supremo DS 003-2011 refrendado por el Presidente de la República y el Ministro de Agricultura, y que según todas las luces, ha contado con la anuencia del antes locuaz y coloquial Ministro del Ambiente.
El anterior decreto, eufemismos aparte, aprueba el procedimiento para permitir el ingreso y comercialización de semillas transgénicas al Perú. Lo cual para muchos sectores es calificado como “traición a la patria” y es que nuestra biodiversidad se ha convertido en los últimos años es una especie de orgullo nacional, un elemento central que nuestra marca país había identificado y que ahora se quiere poner al nivel con cualquier agro homogenizando y deslucido de otros países.
Las condiciones del Perú son idóneas para que en sus 2.5 millones de hectáreas bajo riego se cultiven productos diversos y con el mayor valor posible. Producción que por lo general deberían superar los USD 10,000/Ha/año en valor de mercado. No es tan apropiado pues abrirnos así de fácil a los transgénicos con el argumento que seremos más competitivos cultivando commodities que por lo general no superan los USD 3,000/Ha/año (y eso que no hablamos de márgenes de rentabilidad) en un país donde la extensión del predio agrícola es limitada y de orden minifundista.
Importemos lo barato y produzcamos lo caro, no sustituyamos importaciones de bajo valor (léase propuesta de drawback para sustituir importaciones es un despropósito). Centremos el apoyo estatal en ayudar a los agricultores a tener una producción de más valor, a mejorar los rendimientos con más tecnología, capitalización y desarrollo de mercados. Para esto podemos usar la biotecnología, pero no necesariamente la que intercambia genes entre géneros diferentes.
Desde mi apreciación la pequeña agricultura puede tener valor tan solo quedando convencional y libre de transgénicos. En el momento que exijamos que un aceite que usa insumos transgénicos se etiquete como tal entonces se elevará la cotización del aceite de palma y del algodón nacional.
En el momento que exijamos que en las cajas de las hojuelas se diga si el maíz o insumo utilizado es transgénico o no la producción nacional que está libre de transgénicos aumentará su valor e inclusive se aumentará la demanda de granos andinos.
Con los pollos y cerdos basta que Indecopi publique si San Fernando o Redondos u otro gran criador usa maíz transgénico en sus formulaciones entonces el maíz nacional que sea libre de transgénicos mejorará su precio. El consumidor pagará algo más, es cierto, pero éste es el mejor subsidio cruzado que pueda existir en una economía social de mercado. El atributo de libre de transgénicos también empezará a ser valorado en los mercados mundiales como un plus al producto en sí y a nuestra marca país.
Caemos en un gran error si queremos oponer a los transgénicos solo el potencial de los cultivos orgánicos, porque estos mercados son muy de nichos aún, probablemente en unos veinte años sean alternativa de mayor demanda, pero ahora es insuficiente.
Tampoco queremos oponernos por completo al tema de los transgénicos, por eso pedimos que el congreso, en el pleno de esta semana, apruebe la moratoria de cinco a diez años para que el Perú tome una decisión mejor informado, con estudios técnicos apropiados y con la tecnología más depurada. Que se fomente activamente la investigación controlada en este tema y que se asignen recursos públicos para tal fin.
En algún momento habrán cultivos transgénicos que se puedan cultivar con agua de mar o los benéficos de los transgénicos serán tan claros que sería imposible negarse a plantaciones cuarentenadas y muy focalizadas, pero aún no llegamos a estos niveles de tecnología. Llegado este momento podemos evaluar mejor los costos y beneficios; total, el único tiempo perdido será el tiempo que demora en importarse una semilla.
El MINAG no ha hecho ningún estudio serio sobre el tema y el MINAM no ha hecho el contrapeso de reclutar profesionales que argumenten seriamente la moratoria. Ante todo esto nos preguntamos qué razones habrán tenido los ministros para consensuar este reglamento, no creo que los hayan corrompido, tampoco creo que hayan intereses particulares de su parte. Probablemente, al igual que el oidor Zárate, han sido convencidos por tres brillantes razones: por miedo, por miedo y por miedo.
Lima, 27 de abril del 2011
Angel Manero Campos
Columnista Agraria.pe
Agencia Agraria de Noticias
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