Por: Richard Webb
Lunes 4 de Abril del 2011
El Comercio -Perú
Repentinamente, somos “un país milenario”.
No recuerdo esa frase de mis años en la escuela y se me escapó el momento preciso cuando pasamos de ser una mera tierra cargada de historia, donde apenas se puede caminar sin pisar algún resto arqueológico, a ser un milenario certificado.
Quizá nos graduamos el día en que Ruth Shady desenterró en Caral un milenio extra de antepasado civilizado que habíamos ignorado.
En todo caso, el título de milenario nos llena de orgullo. Y de turistas.
Lo paradójico es que nunca hemos sido un país tan joven. Hace un siglo éramos apenas tres millones de peruanos; hoy somos treinta y tres millones, incluidos los tres millones que viven en el extranjero.
No solo somos muchísimos más; nuestra vida es radicalmente diferente.
Antes, ser peruano era casi un sinónimo de ser un sufrido agricultor y nuestro país era más la quebrada, el pueblo o el distrito donde vivíamos, que una abstracta nación.
Hoy, ser peruano es ser urbano, estar conectado y estar al tanto de tu país; la nacionalidad peruana es un invento reciente.
Incluso la minoría que sigue viviendo en el campo empieza a tener una vida semiurbana, con electricidad, celular, televisión, DVD y caminos que traen vehículos hasta su comunidad.
Casi todo lo que el hombre ha construido sobre piso peruano ha sido construido hace pocos años. Existe el Camino Inca, pero la vasta red de carreteras, caminos locales y calles no existía hace apenas medio siglo.
Hace cien años Lima era una ciudad de 20.000 o 25.000 viviendas; hoy tiene dos millones. Incluso las ciudades de antes de la sierra son nuevas.
El Huaraz que conocí de joven fue destruido en un 90% y la ciudad actual es toda moderna.
Huancayo, Cajamarca, Juliaca, Tarapoto, Puerto Maldonado, Huamachuco y Pucallpa son todas invenciones de hace pocas décadas, como también lo son Chimbote, que surgió de la nada, Chiclayo, Piura y Arequipa.
En cuanto a la riqueza, en 1965 Carlos Malpica publicó “Los dueños del Perú”, en que nombraba a una pequeña lista de familias oligárquicas. Hoy los dueños principales son otros y nadie habla de una oligarquía.
Nuevo no quiere decir mejor.
Hace medio siglo en el Perú había glaciales, ríos limpios, una selva virgen, playas abiertas y de los arbustos que bordean el camino que cruza el desierto desde Chiclayo a Piura no colgaba un solo pedazo de plástico basura.
Lo que sí es mejor, y quizás es lo más nuevo de todo, es la esperanza.
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