31 de julio de 2011

La vida rural en desaparición

Escrito por Richard Webb
Instituto del Perú

Es hora de incluir la vida rural en la lista de especies en peligro de desaparición. Un hecho de conocimiento común es que desde hace décadas vivimos una invasión del campo a la ciudad. Varios millones de peruanos han migrado a las ciudades, creando las gigantescas urbes de hoy. Pero menos conocida es la invasión en la otra dirección: la invasión de la vida urbana al campo. Entre el uno y el otro, rápidamente desaparece la vida rural.

Apenas uno de cuatro peruanos ahora vive en el campo. A pesar de esa estadística contundente, ratificada por el censo del 2007, persiste la imagen de una sierra, y aun más de una selva, que serían regiones esencialmente rurales.

Sin embargo, la sierra es ya más urbana que rural. En el 2007, el 54% de la población de esa región vivía en ciudades o pueblos, y para el próximo censo es probable que la proporción sea casi de dos tercios.

La selva es aun menos rural que la sierra, con 56% de su población viviendo en áreas urbanas. En ambas regiones el salto ha sido más reciente que en la costa, que se urbanizó antes y donde hoy apenas 7% de la población es rural.

A esa ola migratoria hacia las áreas urbanas, hoy se suma una ola no de personas sino cultural, que corre desde la ciudad al campo. Los cada día menos campesinos que quedan cada día se vuelven más citadinos en su estilo de vida.

La mayoría de los campesinos de hoy tienen electricidad, televisión y teléfono celular. Además, viven más cerca de centros poblados, gracias a la multiplicación de caminos y vehículos en el interior. Y, aprovechando esa cercanía, muchos tienen una doble vida, con casa en el campo y casa en el pueblo, doble vida que no solo es residencial sino económica, porque permite tener una fuente de ingreso adicional a la chacra.

Casi la mitad del presupuesto familiar de las familias rurales es financiado por negocios no agrícolas, como el comercio, la construcción, la artesanía, el turismo y el transporte. Esos ingresos monetarios facilitan la urbanización de su consumo, para comprar alimentos, ropa y útiles de hogar de fábrica.

Paradójicamente, al mismo tiempo que la cultura urbana invade el campo, en las ciudades aparece un nuevo afecto por la cultura rural, que llega a ser casi un romance. Se revalorizan las costumbres y las formas del campo, los que migraron regresan con frecuencia y sus hijos buscan conocer sus orígenes. Esa revalorización, incluyendo el uso del quechua, antes impensable en las ciudades, hoy se vuelve parte de la marca Perú.

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