10 de diciembre de 2011

En un pequeño paraíso

(EL COMERCIO)LA INGENIERA AGRÓNOMA. Elvira Flores tiene en su casa de Cieneguilla un huerto orgánico. Con su producción elabora sazonadores naturales elaborados a partir de hierbas aromáticas y especias.

Me ha tomado poco más de un hora ir del Centro de Lima a Cieneguilla. He llegado esta mañana a la casa de la ingeniera agrónomo Elvira Flores Velarde. Aquí ella maneja una huerta orgánica y tiene una tienda de sazonadores naturales, hierbas aromáticas y especias llamada La Huertita. “Aquí vienes con otra actitud, te relajas, luego no quieres irte”, dice. No solo se trata de un clima más cálido sino que el ambiente es el de una cabaña de provincia donde parece que ningún ruido te va a alcanzar, que nada te va contaminar. Aquí Elvira Flores sembró frutas, hierbas aromáticas y medicinales para el consumo de la familia, pero en un momento fue ya demasiado y comenzó a mezclar sal marina (luego también sal rosada de Maras) con esas hierbas molidas. Pensó que podía funcionar como aliño para las ensaladas. Luego las combinó con especias para conseguir sazonadores naturales para las comidas. Y salió a venderlos. Ya comenzó a mezclar frutas con flores para beberlas como infusiones.

Su empresa se llama Los Aliños Cósmicos, porque “todas las formas de las plantas y sus aromas vienen de una influencia cósmica y de una armonía con la tierra”, explica Elvira, quien practica la agricultura biodinámica. Este método hace que su huerto sea un sistema regulado por su propia naturaleza, donde hay hierbas que sanan a otras plantas, los fertilizantes están prohibidos, y hasta el día de la siembra depende de la posición de la luna. A Elvira le gustan los colores en la comida y eso destaca en sus productos. El kion da tonalidades amarillas, la cúrcuma pinta el alimento de naranja, si quiere un rojo busca achiote y páprika; cebolla china, apio o semillas de culantro dan el verde. Ella es vegetariana y solo consume productos orgánicos, pero se imagina que el sabor de sus sazonadores le vendría bien a guisos o parrillas. Y sí se cumple.

HOGAR VERDE

A los 19 años, Elvira decidió que nunca más iba a comer carne. De niña ya deseaba ser vegetariana, pero su familia se oponía. Practicaba yoga y se sentía tan cerca de las plantas que cuando pudo decidir dejó su casa y se fue a estudiar agronomía a Huánuco. En esta profesión se resumían todas sus búsquedas personales. No quería estudiar en Lima porque se la iba a pasar rodeada de cemento y cláxones. En cambio allá podía hacer prácticas en plena selva de Tingo María. Sin embargo, muchos sembríos de la gente del campo eran regados con pesticidas que ponían en peligro los suelos. Ella prefirió unirse a un movimiento de la cuenca del Huallaga que promovía una alternativa: la agricultura ecológica.

Años después, ya casada y con dos hijos, se mudó de vuelta a Lima para cuidar a su madre. Estuvo con ella hasta su último día. Vivían en una casa de Surco que tenía un gran jardín, pero al pisar la calle ella y sus hijos no podía caminar con tranquilidad, no veían montañas, no había un río cerca. En Huánuco sus hijos iban a nadar al río, los fines de semana iban a pasear a un pueblo cercano. En una Lima dominada por el caos solo podían ir al parque y al supermercado. “Extrañábamos el campo”, dice Elvira. “Los inviernos en Lima eran oscuros”. Entonces decidió mudarse con su familia y encontraron una casa en Cieneguilla. Esta casa donde ahora Elvira coge una zarzamora y me pide que la pruebe.

En el huerto hay un gato y un pequeño perro echados de cara al sol. Farid, el nieto de Elvira, juega con una pelota de fútbol y sabe reconocer muchas de las plantas. Con Elvira caminamos dentro de su pequeño bosque, mientras ella va rompiendo hojitas o recogiendo frutos ya maduros. Me cuenta de qué planta se trata y habla con la paciencia de una experta en botánica que busca un discípulo. Me pide que toque estas plantas, que sienta su olor. Señala el zapallo loche con el que su hijo menor y su nieto armarán un bonito árbol de Navidad. Me cuenta que el tomatillo silvestre protege a la planta de duraznos. Caminamos entre laureles, aguaymantos, plantas de lavanda, romero, hinojos, matico, paico, estragón, rosas. Como Elvira ya no se abastece solo con lo que siembra en su huerto, ahora tiene proveedores con campos certificados en Huaraz, Arequipa y otras ciudades.

Elvira se dedicaba a la capacitación de gente que quería tener sus propios huertos y por eso hace once años fue invitada a participar de la Bio Feria de Miraflores. Pero dedicarse solo a eso no iba a ser rentable y comenzó a vender las sales que preparaba en su hogar. “No va a resultar”, le dijeron. Tomó tiempo, pero sí resulto. Todos los sábados a las siete de la mañana, ella está lista para salir rumbo a la Bio Feria del Parque Reducto. Para este lugar trae unos 400 frascos y vende entre 250 y 300. Los precios de sus sazonadores y especias van de 5 a 15 soles. La buscan clientes de siempre y personas que quieren consejos para una buena alimentación: ella es una educadora de la vida sana. En el viaje entre Cieneguilla y Miraflores, hace una parada para dejar productos en un puesto que tiene en el Mercado Saludable de La Molina, ubicado en la cuadra 5 de Alameda del Corregidor. También hace repartos a unas diez tiendas naturistas y el resto de la semana atiende al público en su casa. Esta casa que se siente tan cómoda y a la que yo quisiera volver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Colocar su Nombre y Apellido al final del comentario.