(EL COMERCIO) Desde siempre el hombre ha ido modificando los vegetales que utiliza como alimento. Los fortalecía y volvía más nutritivos. En consecuencia, consumimos transgénicos desde hace mucho tiempo y todos lo saben.
Sin embargo, la ingeniería genética permite ahora llevar a cabo, en pocos años y de forma controlada, lo que antes podía costar décadas o siglos, o conseguir efectos que solo estaban en los sueños de los agricultores, pero que eran imposibles con las viejas técnicas de cruce y selección.
La diferencia con la biotecnología moderna es que, si bien antes se mezclaban montones de genes casi al azar, ahora se trata de insertar en una determinada especie un gen específico procedente de otra para lograr un resultado muy concreto.
Hasta hoy nadie ha podido demostrar que los alimentos genéticamente modificados sean nocivos para la salud. Se han hecho muchos estudios en el mundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) sigue dedicando tiempo y recursos en ello, pero los indicadores finales no arrojan señales al respecto.
Los riesgos de alergia pueden estar presentes, como lo están en las personas que tienen alergia a los mariscos, al maní, a las avellanas.
Por ello es mejor que se etiqueten, para evitar riesgos innecesarios.
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