10 de octubre de 2011

Reto para el gobierno y el ministro de Agricultura

EDITORIAL
AGRONOTICIAS

¡HONRAR LA PALABRA EMPEÑADA!

Igual que el grueso de peruanos reflexivos, también aquí consideramos que el naciente gobierno nacionalista está en lo correcto al mantener el modelo de economía de mercado, pero restableciendo el papel rector del Estado, para depurar las imperfecciones, distorsiones y hasta perversiones de aquél, y así posibilitar el crecimiento económico con inclusión social. No hay a la vista mejor alternativa que ésa para enrumbar el país hacia el desarrollo sostenible.

• Sin embargo, para que el Estado cumpla cabalmente ese papel, hay una condición imprescindible: que los nuevos encargados de dirigirlo honren todo lo ofrecido antes de las elecciones y si —por cualquier causa comprensible— no van a poder algo, lo expliquen con elemental transparencia.

• Ello resulta determinante para recuperar la confianza del pueblo en sus gobernantes, legisladores y otros estamentos tutelares. Confianza casi liquidada por los tramposos políticos criollos, desde que el Perú comenzó a joderse cuando Pizarro engañó y estafó a Atahualpa con el cuento de los dos cuartos de plata y uno de oro a cambio de su libertad.

• Decimos esto porque la frágil credibilidad social en la palabra del incipiente régimen nacionalista ha comenzado a erosionarse peligrosamente en el sector agrario, a contrapelo de la identificación básica de éste con la orientación general de aquél.

• Y la razón de ello es muy simple: sin explicación ni justificación alguna, el ministro de Agricultura, Ing. Miguel Caillaux Zazzali, no está cumpliendo —ni da visos de querer cumplir— los compromisos electorales suscritos por el hoy mandatario Ollanta Humala con las dos instituciones más representativas del campo. Esto sucede no obstante que los mismos guardan estricta armonía con los artículos 63 y 88 de la Constitución, las políticas de Estado XV y XXIII del Acuerdo Nacional, la Plataforma de Consenso para el Relanzamiento del Agro Peruano por la que el mismo Caillaux se jugó hasta antes de llegar al ministerio y —más allá de papeles— con lo que indican el raciocinio, la ética y hasta el instinto.

• Sí, el agro mayoritario debe y puede esforzarse para ser cada vez más eficiente e internacionalmente competitivo, sin esperar dádivas ni blindajes artificiosos. Sí, para ello debe y puede organizarse en todos los frentes y niveles. Sí, el hoy pauperizado agro peruano tiene recursos básicos y potencialidades latentes para enfrentar airosamente en el mercado a cualquiera de sus homólogos del mundo. Pero para que todo esto funcione, primero el Estado tiene que generar un contexto político, económico, institucional y hasta emocional propicio, y apoyar al sector con la misma lógica con que se desvela para atender a los densos y deprimidos segmentos urbanos mayormente engendrados por el sempiterno maltrato oficial al campo.

• ¿Quiere el gobierno que el agro nacional produzca más y mejor, tanto en beneficio económico propio, como de la seguridad alimentaria y la economía exportadora del país? Muy sencillo: basta que le asegure mercado y rentabilidad, con la misma lógica que la aplicada a las grandes inversiones en diversos rubros, con los mismos servicios e incentivos que rigen en otros sectores, con la misma presteza con que se acuerda del agro cuando se disparan los precios internacionales y no hay arcas ni chacras a donde echar mano para afrontar este calvario.

• Obviamente, todo ello comienza por dialogar y concertar sin mecedoras ni trampas con las organizaciones representativas de los productores agrarios, campesinos y nativos, igual que de los profesionales y empresarios; puesto que éstos son los únicos actores permanentes y realmente conocedores del campo, los únicos que pueden decirles al gobierno y el ministro de turno las necesidades y posibilidades específicas de este sector excepcionalmente diverso.

• Si la actual administración del Ministerio de Agricultura no se va a rectificar en aras de lo expuesto; sería preferible —incluso— que éste cerrara, para que los problemas del campo se resuelvan solos o no se resuelvan nunca, sin tener de por medio una esperanza engañosa convertida en frustración intermitente.

El Presidente Ollanta Humala tiene la palabra.

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