Por: Augusto Townsend K Editor
Lunes 19 de Setiembre del 2011
El Comercio
El cerebro humano es involuntariamente maniqueo: para facilitarse las cosas, define la realidad sobre la base de categorías opuestas, como bueno y malo. Piénsese en la gastronomía y la minería, que estuvieron en vitrina la semana pasada. Mucha gente piensa en Mistura como el paradigma de lo bueno que le está pasando al Perú y en la Convención Minera Perumin como la cumbre de quienes explotan para sí la riqueza de los peruanos. En otras palabras, los chefs son nuestros héroes y los mineros nuestros villanos.
La realidad, como siempre, es más compleja que eso. El mercado gastronómico tiene enormes virtudes: es inclusivo e ingente en empleos, es altamente competitivo, promueve la creatividad antes que la ‘commoditización’. Se ha convertido, además, en fuente de orgullo nacional. Sin embargo, ese empleo tiende a ser precario y muchos empresarios gastronómicos retozan en la informalidad y abusan del escaso poder de negociación de sus proveedores. Aun así, pocos se animan a cuestionarlos.
Con los mineros pasa lo mismo, solo que al revés: es políticamente correcto cuestionarlos. Sus ovejas descarriadas les han endilgado una imagen de avaros y explotadores en lo laboral al abrir contratas paralelas para no pagar beneficios sociales. Se cree que engañan a las comunidades para malbaratear sus terrenos, que contaminan desvergonzadamente y que no pagan impuestos.
Pero, generalizar este estereotipo del mal minero es injusto y además inconveniente para el Perú, pues la minería nos es tan o más fundamental que la gastronomía para salir adelante como país. Ningún otro sector tiene la capacidad de invertir y, por tanto, de dinamizar la economía peruana como el minero, ni podrá generar empleo en las zonas altoandinas o financiar, vía tributos, las necesarias inversiones en infraestructura y programas sociales. Que nuestros sesgos no le jueguen en contra al país. Aprendamos a reconocer lo bueno y malo en cada caso.
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