15 de septiembre de 2011

Un papayo con cortocircuitos

Ahorros. Pensar que los focos ahorradores son la magia perfecta para reducir los gastos por consumo eléctrico y, de paso, ser más
ecoamigables no es un error. El problema está en pretender que eso lo es todo y olvidar que una casa vieja está llena de tretas y mañas.

Por: Marcela Mendoza Riofrío
Jueves 15 de Setiembre del 2011
El Comercio

Por supuesto que amo lo verde, tal como lo piden Greenpeace y todos sus seguidores. Eso no está en duda. Las plantas son lindas y hacen al mundo un lugar habitable. Por eso se supone que no ando imprimiendo por imprimir y he comprado ene focos ahorradores. Sin embargo, he de confesar que asesinar plantas es aveces la única salida viable.

Para entender esta historia tenemos que retroceder dos años y volver a la época en que andaba decidida a deshacerme de los focos tradicionales. Todos los meses, al comprar en el supermercado, aprovechaba para sumar a la cuenta un foco ahorrador, de esos que cuestan S/.12 porque consumen 80% menos energía, duran muchos meses más sin quemarse y en el recibo mensual representan US$0,25 en lugar de US$1,50.

Como el cambio lo fui haciendo de uno en uno, en la medida en que se quemaban los focos viejos de cuanta lámpara o araña hay en la casa, no se notó de golpe el ahorro. A lo mucho habíamos pasado de S/.142 al mes a S/.112, lo cual significaba algo de ahorro, pero no era ninguna gran proeza. Sobre todo si tenemos en cuenta que la televisión está encendida las 24 horas (sí, en la madrugada se queda conectado el canal de música relax) y que la gran consumidora de luz es la terma, la cual solo deberíamos encender una hora pero, al igual que el cargador de celular, siempre se queda conectada por horas y horas.

El gran bajón en el recibo se daba cuando no había casi nadie –léase vacaciones– o en el verano, cuando mi hermana deja de prender el agua caliente cada vez que se moja las manos. Esa teoría consolaba mis pensamiento cuando descubrí que los recibos volvían a elevarse. “Estamos usando mucho la estufa y la terma”, afirmábamos durante el desayuno, mientras tomábamos un dulce jugo de papaya y plátano, sin sospechar que era otro el culpable.

Y todo hubiera seguido así y el lado verde de mi corazón no estaría lleno de resentimientos si no hubiera sido por un recibo que, de pronto, llegó por más de S/.380. Alarmadas, mi hermana y yo corrimos por el electricista del mercado, quien presto se paseó por toda la casa revisando cuanto interruptor existía. Él descubrió que los televisores y la olla arrocera estaban a punto de explotar en cualquier momento y que la caja de los plomos daba lástima. “De milagro no hubo un incendio aquí” –nos resondró, no sin antes admitir que era muy poco probable que el gran recibo se debiera a esos desperfectos. Pero ya puestas sobre aviso solo nos quedó gastar los S/.150 pedidos por el maestrito y solicitar a Luz del Sur que hiciera una revisión. “¿Está segura de que desea ingresar un reclamo? Nosotros no vamos a revisar el interior de la casa, solo vamos a verificar el medidor, lo cual sucederá dentro de un mes. Igual tendrá que pagar el recibo”, me aseguró la agria voz del Fonoluz.

Y sí, mis temores se hicieron realidad un mes después cuando el antipático técnico dijo que, en efecto, el medidor de luz no tenía ningún desperfecto y la falla estaba dentro de la casa. Casi en simultáneo con su visita llegó el infartante siguiente recibo de luz, que apenas y había disminuido unos S/.80. En total, por los dos meses, el recibo era nada menos que más de S/.680.

Lamentos más, lamentos menos, repetimos la historia a todo tío y amigo en busca de alguna pista hasta que un mecánico nos sugirió algo que en principio nos pareció descabellado: traer un aparato para poner sobre pisos y paredes hasta descubrir dónde estaba la fuga. A su entender, el problema estaba en el piso. Y no le faltó razón. El enemigo era subterráneo y no tenía orejas ni rabo: se trataba del ingrato y nada marchito papayo.

Esplendoroso él, nuestro papayo resistía la contaminación miraflorina desde hacía muchos años dando frondosos y hermosos frutos. Era un ejemplo de sobrevivencia y entrega. Las florcitas del pequeño jardín solían marchitarse con el recurrente humo negro, pero el papayo siempre seguía de pie al frente de batalla con una producción imparable aún cuando le escasearan las hojas. Y al parecer, según me explicaron todos los opinólogos que fueron a visitarlo durante sus agonizantes últimos días de vida, su traviesa raíz había caminado demasiado en busca de agua pura y se había topado con nuestros conductos de energía eléctrica, lo que ocasionó una, en palabras sencillas, fuga colosal que solo se detuvo cuando por S/.100 el inclemente jardinero municipal lo eliminó de raíz como si de perro rabioso se tratara. Y es que sí, su muerte era la única solución posible.

1 comentario:

  1. Que limpia y amena la narrativa. Y cuanto es el recibo a estas alturas?

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